miércoles, 12 de noviembre de 2014

12/11/2014. Servicio de Noticias de Avanzada Venezolana (AV). Por Kelder Toti.

12/11/2014. Servicio de Noticias de  Avanzada Venezolana (AV). Por Kelder Toti.
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La Columna de Opinión:


La Escuela Histórica: Werner Sombart.




                                   Por Kelder Toti.





Werner Sombart es un economista y sociólogo alemán nacido el 19 de enero de 1863 y muerto el 18 de mayo de 1941. Es considerado el líder de la "joven escuela histórica" y es uno de los investigadores y pensadores de ciencias sociales más connotados del primer cuarto del siglo XX europeo.

Nació en Ermsleben, en Harz, Alemania, fue hijo de un hombre rico, político y liberal, industrial y propietario de bienes inmuebles, Anton Ludwig Sombart. Estudió en las universidades de Pisa, Berlín y Roma, a la vez derecho y la economía. En 1888, fue doctor de la Universidad de Berlín bajo la dirección de Gustav von Schmoller, el economista alemán más eminente de la época.

Economista, sociólogo e historiador alemán. Inclinado por Schmoller a los estudios históricos, que cultivó asimismo en Italia en la Universidad de Pisa, se graduó en 1888 en la capital de Alemania. Luego fue síndico de la Cámara de Comercio de Brena (1880-90), y en 1890 profesor de Economía en la Universidad de Breslau. Pasó después a Berlín (1906), donde enseñó primeramente en la Escuela Superior de Comercio y más tarde (1917) en la Universidad.

Como economista y más todavía como militante "social", Sombart entonces fue considerado como de extrema izquierda, y por este hecho, le fue solamente ofrecido -después de trabajos prácticos como director jurídico de la Cámara de comercio de Bremen- un puesto de profesor que prestaba asistencia de lejana en la Universidad de Breslau. Aunque las facultades de universidades prestigiosas tales como Heidelberg y Friburgo lo solicitaron, los gobiernos respectivos se opusieron a eso. Sombart, en este tiempo allí, era un eminente marxista, al punto que Friedrich Engels decretó que era el único profesor alemán que comprendía El Capital.

En 1902, su obra cumbre, El Capitalismo Moderno (Der modern Kapitalismus), apareció en seis volúmenes. Con esta obra se popularizó el uso de la palabra "capitalismo", que aparentemente fue creada por Marx y mayormente divulgada por Engels. El libro es una historia sistemática de la economía y del desarrollo económico a través de los tiempos y un trabajo verdadero de la escuela Histórica. Aunque posteriormente devaluado por los economistas neoclásicos, y muy criticado sobre puntos particulares, se trata todavía hoy de un clásico con ramificaciones por ejemplo con la escuela de los Annales (Fernand Braudel). El libro ha sido traducido en numerosas lenguas, pero no en inglés, porque la Universidad de Princeton, que detenta los derechos, no lo publicó.

En 1906, Sombart aceptó un puesto de profesor en la escuela de comercio de Berlín, una institución menos prestigiosa que Breslau pero más próxima de la acción política. En este marco, elaboró sus trabajos, en la estela de su Capitalismo Moderno, a propósito del lujo, de la moda y de la guerra como paradigmas económicos. En 1906 apareció su ¿Por qué no hay Socialismo en los Estados Unidos? Que, aunque naturalmente controvertido desde entonces, persiste como un trabajo clásico sobre el excepcionalismo americano al respecto. Este decía que la fuerza impulsora de la vida económica en la economía capitalista moderna es el empresario. realizándose todos los inventos técnicos gracia a él.

Su carrera de sociólogo.

Finalmente, en 1917, Sombart se convirtió en profesor en la Universidad de Berlín, que era entonces la Universidad más prestigiosa en Europa, si es que no del mundo. Conservó su púlpito hasta 1931 pero continuó enseñando hasta 1940. Durante este período, fue uno de los sociólogos más influyentes, mucho más prestigioso que su amigo Max Weber, quien más tarde lo eclipsaría a tal punto que hoy Sombart virtualmente es olvidado en este ámbito.

La insistencia de Sombart de colocar la sociología como parte intrínseca de las humanidades (Geisteswissenschaften), como una necesidad porque ella "juega" con los hombres y requiere pues de una comprensión (Verstehen) empática interna, en lugar de una comprensión (Begreifen) externa, objetiva (nótese que estas dos palabras alemanas se traducen por una única palabra en inglés understanding o en francés compréhension), se volvió muy impopular durante la misma vida de Sombart. Esta reacción provenía de la contradicción de ésta teoría con la "cientifización" de las ciencias sociales (familiarmente citada como los "celos de la física"), en la tradición de Auguste Comte, Émile Durkheim y Weber (aunque esto sea una mal interpretación; Weber, compartía ampliamente la visión de Sombart en este tema), y que se volvía moda durante aquellos años, incluso durante nuestros días.

Sin embargo, debido al número de elementos en común entre las aproximaciones de Sombart y la hermenéutica de Hans-Georg Gadamer, que también es, una aproximación de la comprensión del mundo fundada sobre el Verstehen, que regresa a ciertos círculos sociológicos o hasta filosóficos que están de acuerdo con esta visión del mundo y critica la aproximación "científica". Los principales ensayos sociológicos de Sombart están reunidos en su colección póstuma de 1956 Noo-Soziologie.

El fin de su carrera.

Durante la República de Weimar, Sombart se orientó políticamente cada vez más a la derecha (Movimiento Revolucionario Conservador); sus relaciones con los nazis son todavía debatidas en la actualidad. Su libro de antropología de 1938, Vom Menschen, claramente es antinazi, y los nazis impidieron su publicación y distribución. Su obra precedente, Die Juden und das Wirtschaftsleben (1911), está relacionada con el estudio de Max Weber sobre las relaciones entre el protestantismo (y particularmente el calvinismo) y el capitalismo, excepto que Sombart colocaba a los judíos en el corazón de su desarrollo. Este libro fue calificado como filosemita cuando fue publicado, pero varios investigadores judíos contemporáneos lo describen como antisemita, por lo menos por sus consecuencias. En su actitud hacia los nazis, es a menudo comparado a Martin Heidegger y a su amigo y colega Carl Schmitt, pero parece que mientras que éstos últimos fueron unos pensadores próximos de la ideología del Tercer Reich, Sombart fue siempre ambivalente.

La obra de Sombart hoy en día.

La influencia de la obra de Sombart es difícil de evaluar, porque sus supuestas relaciones con los Nazis complican cualquier análisis objetivo. Además, sus posiciones socialistas le penalizaron en los círculos burgueses clásicos, particularmente en Alemania.

Así, como se ha sido indicado, en historia de la economía, su Capitalismo Moderno está considerado como una obra importante y una fuente de inspiración, aunque muchos de sus detalles han sido puestos en tela de juicio. Elementos importantes de su obra económica conciernen al descubrimiento - recientemente revalidado - de la emergencia de la contabilidad por partida doble como precondición esencial del capitalismo o los estudios interdisciplinarios de la ciudad en el sentido de los estudios urbanos. También forjó el término y el concepto de la destrucción creativa, que es un elemento básico de la teoría de la innovación de Joseph Schumpeter. Aparentemente Schumpeter basó mucho de su obra en Sombart, sin indicar nunca su deuda.

En sociología, la mayoría de los comentadores lo considera una figura menor y a su teoría sociológica como una rareza, lo que claramente es contradicho por el Journal of Classical Sociology; hoy son sobre todo los sociólogos, filósofos y culturalistas los que, junto con economistas heterodoxos, utilizan su trabajo. Sombart siempre fue muy popular en Japón; una de las razones de su recepción débil en los Estados Unidos es que lo esencial de su trabajo estuvo durante mucho tiempo no disponible en inglés.

Partiendo de posiciones marxistas y lassallianas, evolucionó, tras una serie de estudios cada vez más profundos y amplios, hacia una actitud radical científica propia, un "positivismo idealista", doctrina que al principio sólo le ocasionó incomprensiones, ostracismos, acusaciones de fantasía excesiva y obstáculos en su aspiración a una cátedra. Luego, sin embargo, su obra de historiador del socialismo y del capitalismo le valió una extensa notoriedad, y su influencia fue aumentando a medida que iban sucediéndose las traducciones a varios idiomas de sus libros.

Entre éstos cabe mencionar singularmente El socialismo y el movimiento social en el siglo XIX (Sozialismus und soziale Bewegung im XIX. Jahrt., 1896) y El capitalismo moderno (1902-1908), su obra principal, en la que mejor aparecen reflejadas las facultades de intuición y el temperamento artístico de Werner Sombart, así como sus cualidades de historiador, economista y sociólogo.

Un carácter metodológico presenta el volumen Las tres economías políticas (Die drei Nationalökonomien, 1930). En El socialismo alemán (1934), en cambio, el autor adoptó una posición vivamente crítica respecto del marxismo, y afirmó la necesidad de la unión de las finalidades meramente económicas del sistema con objetivos y fuerzas de tipo espiritual. La tesis en cuestión provocó animadas polémicas y apreciaciones divergentes, ya en cuanto modificación de la actitud juvenil de Sombart o bien porque no aclaraba perfectamente la postura de éste ante el nacionalismo alemán; y así, el autor se vio acusado de excesivo fervor nacionalista por unos, en tanto otros le juzgaban frío en este aspecto.

http://es.wikipedia.org/wiki/Werner_Sombart. "Werner Sombart".


El Nuevo Estado


                                  Por Kelder Toti.




En el campo del derecho político, la nación política es el titular de la soberanía cuyo ejercicio afecta a la implantación de las normas fundamentales que regirán el funcionamiento del Estado al ser clientelar, quien controle al Estado controla a la clientela. Es decir, aquellas que están en la cúspide del ordenamiento jurídico y de las cuales emanan todas las demás, por ello sobre el El Estado todo, sobre él nada.

Han sido objeto de debate desde la Revolución francesa hasta nuestros días las diferencias y semejanzas entre los conceptos de nación política y pueblo, y por consiguiente entre soberanía nacional y soberanía popular. Las discusiones han girado, entre otras cosas, en torno a la titularidad de la soberanía, a su ejercicio, y a los efectos resultantes.

Una distinción clásica, con respecto a la mencionada Revolución, ejemplifica en la Constitución de 1791 la soberanía nacional, ejercida por un parlamento elegido por sufragio censitario (visión conservadora), y la soberanía popular en la Constitución de 1793, en la que el pueblo es entendido como un conjunto de individuos, lo que conduciría a la democracia directa o el sufragio universal (visión revolucionaria), la visión correcta es que la soberanía solo la puede ejercer, el que ha nacido y pertenece a la comunidad cultural de la nación. Sin embargo, estos significados ya se difuminaron en la misma época revolucionaria, en la que varios autores emplearon los términos de otra forma. Según Guillaume Bacot las diferencias fueron prácticamente terminológicas y desde 1789 a 1794 hubo en el fondo un mismo concepto revolucionario de la soberanía.

En 1789 el abate Sieyès usó, con un fuerte carácter socio-económico, nación y pueblo como sinónimos, cuando en realidad son diferentes: la nación es el espacio cultural y el pueblo son las personas que ejercen esa cultura. Pero poco después modificó su significado, estableciendo una diferencia fundamental, para su idea de la soberanía y del Estado constitucional, lo que permitió cimentar la revolución francesa. Concibió entonces la nación como propia del Derecho natural, anterior al Estado (Derecho positivo), y al pueblo como determinado a posteriori. En síntesis, para Sièyes la nación es titular de la soberanía, ésta se ejerce mediante el poder constituyente, y después, tras el "establecimiento público" (Constitución), quedaría definido el pueblo como titular del poder constituido. Así pues, el pueblo sería para el abate a la nación jurídicamente organizada.

Nicolas de Condorcet sólo emplea el término pueblo, pero coincide con Sièyes al hacer énfasis en la distinción entre poder constituyente y poder constituido como base para el buen funcionamiento del Estado liberal y democrático, solo es viable ese concepto cuando existe una corriente centrípeta dentro de la nación, que tiende al consenso, pero cuando existe grupos informes y un proletariado externo e interno que amenaza a la nación cultural, tal definición es baladí.Para estos dos autores, el papel del titular de la soberanía (llámese nacióno pueblo) se agota tras el ejercicio del poder constituyente. Tan sólo quedaría, en estado latente, como "recordatorio" del fundamento del Estado, ya que la sociedad en acción se ve mermada en sus capacidades; y podría manifestarse excepcionalmente para rebelarse contra la opresión de una eventual tiranía, que buscaría restablecer el equilibrio, a través de medios autocráticos, cuando lo mejor es lograr el consenso, e ir avanzando gradualmente.

De los mencionados argumentos de Sieyès y Condorcet se deriva una idea básica respecto al Estado constitucional, que perdura hasta hoy, según la cual, como señalan, por ejemplo, Martin Kriele e Ignacio de Otto, en dicho Estado no hay soberano, ya que la soberanía radica en el pueblo, sin darse cuenta que la revolución francesa la soberanía radica en la misma revolución, de ahí la formación del Directorio y el auge del Emperador. Esto se basa en que si consideramos la soberanía como summa potestas o poder ilimitado (y por tanto con facultad para crear leyes sin ningún freno a priori), ello es incompatible con la existencia de una norma fundamental que establezca su supremacía.

Otros autores sostienen que el proclamar la soberanía nacional tiene por objetivo propugnar o establecer una estructura constitucional propia del Estado liberal de Derecho: al atribuir la titularidad (que no el ejercicio) de la soberanía a un ente unitario y abstracto, se proclaman como no originarios los órganos estatales, evitando que cualquiera de ellos reclame para sí poderes que considere anteriores a la Constitución, lo que además favorece la articulación policéntrica de dichos órganos (pues ninguno prevalecería sobre los demás).

El concepto de nación cultural es uno de los que mayores problemas que ha planteado las ciencias sociales, pues no hay unanimidad a la hora de definirlo. Un punto básico de acuerdo sería que los miembros de la nación cultural tienen conciencia de constituir un cuerpo ético-político diferenciado, debido a que comparten unas determinadas características culturales. Estas pueden ser la lengua, religión, tradición,historiay razacomún, todo lo cual puede estar asumido como una cultura distintiva, en el caso de Venezuela sería la cultura venezolana, el fin sería su trascendencia como civilización, formada históricamente.

Algunos teóricosañaden también el requisito del asentamiento en un territorio determinado.El concepto de nación cultural suele estar acoplado a una doctrina histórica que parte de que todos los humanos se dividen en grupos llamados naciones. En este sentido, se trata de una doctrina ética y filosófica que sirve como punto de partida para la ideología del nacionalismo, en el caso venezolano estaría representado por el gomecismo, el nuevo ideal nacional, el nacionalismo democrático de AD, etc. Los (co)nacionales(n1) (miembros de la nación) se distinguen por una identidad común y generalmente por un mismo origen en el sentido de ancestros comunes y parentesco, en cambio en el país, por su fuerte emigración se diluye, una de la políticas nacionales es detener la inmigración de ciudadanos de la región, que vuelve informe al proletariado urbano, y la emigración de los nacionales, dándoles las condiciones que le permita tener una mayor movilidad social dentro del país.

La identidad nacional se refiere especialmente a la distinción de características específicas de un grupo. Para esto, muy diferentes criterios se utilizan, con muy diferentes aplicaciones. De esta manera, pequeñas diferencias en la pronunciación o diferentes dialectos pueden ser suficientes para categorizar a alguien como miembro de una nación diferente a la propia, lo que es falso. Asimismo, diferentes personas pueden contar con personalidades y creencia distintas o también vivir en lugares geográficamente diferentes y hablar idiomas distintos y aun así verse como miembros de una misma nación como ejemplo los yanomamis. También se encuentran casos en los que un grupo de personas se define como una nación más que por las características que comparten por aquéllas de las que carecen o que conjuntamente no desean, convirtiéndose el sentido de nación en una defensa en contra de grupos externos, aunque éstos pudieran parecer más cercanos ideológica y étnicamente, así como en cuestiones de origen (un ejemplo en esta dirección sería el de "Nación por Deseo" (Willensnation), que se encuentra en Suiza y que parte de sentimientos de identidad y una historia común).

Básicamente existen dos tipos de nacionalismos:

- El nacionalismo liberal o "voluntarista" tuvo como máximo de defensor al filósofo y revolucionario italiano Giuseppe Mazzini (1805–1872), se desarrolló en Italia y Francia, muy influido por las ideas de la Ilustración. Mazzini consideraba que una nación surge de la voluntad de los individuos que la componen y el compromiso que estos adquieren de convivir y ser regidos por unas instituciones comunes. Es pues, la persona quien de forma subjetiva e individual decide formar parte de una determinada unidad política a través de un compromiso o pacto, que es el trato que propone los chavistas a los nacionales, sin darse cuenta del rechazo que levantan entre la clase profesional y empresarial, que se ve excluida por el proletariado interno (marginales e inmigrantes). Según este tipo de nacionalismo, cualquier colectividad humana es susceptible de convertirse en nación por deseo propio, bien separándose de un estado ya existente, bien constituyendo una nueva realidad mediante la libre elección. La nacionalidad de un individuo estaría por lo tanto sujeta a su exclusivo deseo, esa es la razón de fondo nacionalizar a los emigrantes de la región de manera rápida, al votar por los chavistas confirma su deseo.

El nacionalismo conservador u "orgánico" tuvo como máximos defensores a Herder y Fichte ("Discursos a la nación alemana", 1808), con el cual se identifica Avanzada Venezolana; fue defendido por la mayoría de los protagonistas de la unificación alemana. Según este punto de vista, la nación es un órgano vivo que presenta unos rasgos externos hereditarios, expresados en una lengua, una cultura, un territorio definido y unas tradiciones comunes, madurados a lo largo de un largo proceso histórico, que en el caso de Venezuela se remonta a la conquista. La nación poseería entonces una existencia objetiva que estaría por encima del deseo particular de los individuos que la forman, es decir, quien pertenece a ella lo hace de por vida, independientemente del lugar donde se encuentre. Por lo tanto, esta visión de nacionalismo sería como una especie de "carga genética" a la que no es posible sustraerse mediante la voluntad, quizás esta condición solo la pueden comprender los venezolanos que han emigrados a los Estados Unidos, España, Canadá o Australia.

La nación cultural y el Estado

Un Estado que se identifica explícitamente como hogar de una nación cultural específica es un Estado-nación, el nacionalismo sería el cemento ideológico que permitiría al Estado alcanzar los objetivos de la nación. Muchos de los Estados modernos están en esta categoría o intentan legitimarse de esta forma, aunque haya disputas o contradicciones en esto. Por ello es que el uso común, de los términos de nación, país, tierra y Estado se suelan usar casi como sinónimos.

Interpretaciones del concepto de nación cultural únicamente por razón de etnia o "raza": llevan también a diversas naciones sin territorio como la nación gitana o la nación negra en los EEUU (pese a que los últimos, de origen, pertenecerían a diferentes naciones africanas, así como existen diferentes "naciones blancas"). Según este punto de vista, sin embargo, queda claro que una nación cultural no necesita ser explícitamente un Estado independiente y que no todos los Estados independientes son naciones culturales, aunque ese sea su fin máximo, sino que muchos simplemente son uniones administrativas de diferentes naciones culturales o pueblos, en ocasiones parte de las naciones geográficamente más grandes como se aspira en América Latina, aprovechándose Brasil, Argentina o México para explotar a los demás naciones de la América Española, es significativo que la única nación exitosa desde el punto de vista político y económico rechace tal peculiaridad: Chile. Algunas de estas uniones se ven, a sí mismas como naciones culturales, o intentan crear un sentimiento o historia nacional de legitimación, pero en el fondo busca someter una nación a las demás.

Otro ejemplo de nación cultural sin Estado propio es el del pueblo judío antes de la aparición del Estado de Israel o el del pueblo palestino, cuyos miembros se encuentran en diferentes países, pero con un origen común, según el sentido de la diáspora. También se encuentran pueblos como los kurdos o los asirios, que se describen como naciones culturales sin Estado. Igualmente se puede ver a Estados como Bélgica (valones y flamencos), Canadá (la provincia francófona de Québec, ante la mayoría anglófona del resto de las provincias) o Nueva Zelanda (los maorí) como compuestos por varias naciones culturales. En España se encuentra esto también, partiendo especialmente de diversificaciones lingüísticas.

No obstante, hay que tener en cuenta que, aunque común, es erróneo identificar por principio comunidad lingüística con nación cultural, por lo que las naciones culturales en España, como la vasca, gallega o la catalana, no sólo parten de su diferenciación lingüística, sino también de otros aspectos culturales comunes en tales naciones como sus tradiciones y su historia, motivo por el cual fueron acuñadas como "nacionalidades históricas de España" en la Constitución Española de 1978 (para identificar una realidad nacional propia y diferenciada del resto del Estado o Nación-Estado). El hecho de que ciertas corrientes políticas identifiquen una comunidad lingüística como nación, así como que otras corrientes políticas no identifiquen una nacionalidad histórica como nación, es objeto de estudio como fenómeno político–ideológico, pero no necesariamente sociológico.

La nación cultural y la religión:

El concepto de nación cultural cambia, si para definir a la nación se da mayor relevancia a la religión. El Estado alemán, en este sentido, tradicionalmente se divide en católicos y luteranos (religión dada originalmente, de acuerdo a la religión del señor feudal: cuius regio, eius religio), de facto en más. El Estado español, así como el Italiano, por ejemplo, tradicionalmente no se subdivide entonces. La interpretación de nación cultural por base religiosa tuvo una mínima importancia en la formación de los Estados europeos (por formarse las bases de los Estados antes de la aparición del concepto de nación); éstos ven muchas veces su origen especialmente en las divisiones dadas tras Carlomagno y en las divisiones romanas clásicas, cuando la religión no tomaba un papel para ello (la cristianización de la Germania y Alamania no era total en esas fechas e incluso Carlomango se dejó bautizar muy tarde) o era clara (en el Imperio Romano tardío, la religión oficial era la católica).

El caso de España, por ejemplo, es más complejo, pues apareció básicamente en lo que era la Hispania romana, pero tomando la religión un carácter especial, que se encuentra en el concepto de la Reconquista del Emirato de Córdoba. A diferencia de en Europa Central, donde apareció tras la caída del Imperio romano un Estado supranacional (el Imperio Franco) que se dividió a grandes rasgos de manera tal que aparecieran las futuras naciones, en España aparecieron señoríos y reinos diferentes que más adelante se unificaron bajo el concepto del Reino de España y del Rey español). Sin embargo, la religión toma un papel muy diferente en la aparición de los Estados-Nación de África del Norte y del concepto de nación de Medio Oriente y del Islam. En estos países, el Estado suele estar íntimamente relacionado con la religión y los miembros de estos países suelen verse como parte de una nación islámica, en muchas ocasiones, por sobre diferencias étnicas o lingüísticas, también de origen histórico de grupos especiales (excepción suele ser hasta cierto grado Irán, que suele basar su sentido nacional en el origen persa, así como se suele excluir a Turquía por su origen otomano, cuyo imperio dominó el Medio Oriente y al cual se suele ver como una razón de inestabilidad actual).

Igualmente se puede encontrar el pueblo judío, que se ve como nación especialmente con base en la religión común, con o sin la existencia de un Estado propio (que actualmente es Israel).asimsimo debríamos agregar los pueblos de origen andinos en sudamérica que tienen ararigos cultuyrales muy antiguos y que mantienen sus tradicones y lenguas vivas ( aymaras , quechuas ,ashaninkas ,etc ) ellos forman parte de mas seis millones de habitantes en toda la región sudamericana.


La Foto de Hoy:


#840 18/04/14 - 21:15
Muchos años después, frente al estupor del descubrimiento, había de recordar aquella tarde remota en que la coincidencia lo llevó a conocer al escritor Gabriel García Márquez. Él era entonces un jovenzuelo de menos de veinte con ocasionales barros y con unas ganas de camelar construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piernas pulidas, blancas y morenas y enormes y pequeñas, y las que fueran, como instintos prehistóricos. Su mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de sentido y para entenderlas había que experimentarlas con el dedo y con la vista y con todos los sentidos. Aquel año, por el mes de marzo, un grupo de colombianos engalanados plantaron su pie dentro del restaurante Los Dones, y con un grande alboroto por el sancocho y las arepas daban a conocer su gusto por los platillos. Primero se llevaron la morcilla. Un colombiano de intelecto, de bigote montaraz y manos de escritor, que se presentó con el nombre de Gabo, hizo una opulenta demostración pública de su popularidad porque todos lo llamaban el más grande escritor de Latinoamérica. Fue entre mesa y mesa arrastrando dos piernas emblemáticas, y todo el mundo se alegró al ver que la modestia, el júbilo y los recuerdos seguían en su sitio, y los meseros se descosían por la desesperación de los tragos y las bebidas tratando de agotarse, y aun los sujetos más desconocidos desde hacía mucho tiempo aparecieron para verlo sin haberlo buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los cuentos mágicos de Gabo. «Las cosas tienen vida propia —pregonaba el colombiano con áspero acento—, todo es cuestión de despertarle el ánima.»
Pues sí, se ha ido. Lo he descubierto en Twitter esta mañana. Y sí, un día lo conocí por casualidad cuando tenía 18 o 19 años y trabajaba como mesero en el restaurante Los Dones que estaba dentro del hotel Sheraton Centro Histórico (ahora es un Hilton). Fue en un festival de cocina colombiana, lo recibí con una enorme impresión, justo ese día en mi mochila que estaba en mi locker tenía una copia de El amor en los tiempos del cólera, me dieron unas ganas terribles de salir corriendo a través de la cocina hasta llegar al elevador para traer el libro y que me lo firmara. Un compañero le pidió un autógrafo y un hombre que no se separaba de él le respondió que sólo firmaba en sus libros y nunca en otra parte, no sé si fue para quitárselo de encima sabiendo que era casi imposible encontrar una copia de alguno de sus libros justo en ese momento o porque de verdad así era. Yo sí tenía un libro, pero fue imposible ir por él, había demasiados comensales en ese momento, sigo lamentando esa pequeña carrera que nunca corrí.
Y sí, son tantos los recuerdos, como aquellas tardes en el Palacio de Bellas Artes en la ciudad de México en que participé en la lectura ininterrumpida de Cien años de soledad, y las otras tardes de lectura a solas de su obra periodística que me hacían querer ser escritor. Lastima que hasta ahora sigo siendo poco más que un escribidor. 
No podré tampoco olvidar nunca mis tardes en Tailandia de hace tantos años donde comencé a leer Vivir para contarla. Tampoco podré olvidar cuando lo leí en mi visita a Colombia, ni como lo sigo leyendo de vez en vez aquí en Corea. 
En fin, a mí como a tantos de nosotros nos ha dejado una huella imborrable en el espíritu literario, los que lo hemos leído y releído sabemos que muchas de sus palabras están hechas de los recuerdos más remotos de la nostalgia. 
Hasta siempre Gabo, vivirás eternamente en cada una de tus palabras. 


La Caricatura del Día:


Correo del Caroní




EDO

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