lunes, 25 de mayo de 2015

24/05/2015. Serviciode Noticias de Aanzzada Venezolana (AV).Las Columnasde Opinión. El Fil{osofodelFascismo: Socrates.Por KelderToti.


El Filósofo del Fascismo: Sócrates.



                                             Por Kelder Toti.



Sócrates de Atenas (en griego: Σωκράτης (Sōkrátēs); 470-399 a. C.) fue un filósofo clásico ateniense considerado como uno de los más grandes, tanto de la filosofía occidental como de la universal. Fue maestro de Platón, quien tuvo a Aristóteles como discípulo, siendo estos tres los representantes fundamentales de la filosofía de la Antigua Grecia.

Biografía

Nació en la Antigua Atenas, donde vivió durante los dos últimos tercios del siglo V a. C.,1 2 3 la época más espléndida en la historia de su ciudad natal, y de toda la antigua Grecia. Fue hijo de Sofronisco —motivo por el que en su juventud lo llamaban Σωκράτης Σωφρονίσκου (Sōkrátēs Sōfronískou, ‘Sócrates hijo de Sofronisco’), de profesión cantero, y de Fainarate, comadrona, emparentados con Arístides el Justo.

Según Plutarco, cuando Sócrates nació su padre recibió del oráculo el consejo de dejar crecer a su hijo a su aire, sin oponerse a su voluntad ni reprimirle sus impulsos. No obstante, ni Jenofonte ni Platón mencionan esta intervención del oráculo, lo que hace pensar que pueda ser una tradición popular muy posterior.

Desde muy joven, llamó la atención de los que lo rodeaban por la agudeza de sus razonamientos y su facilidad de palabra, además de la fina ironía con la que salpicaba sus tertulias con los ciudadanos jóvenes aristocráticos de Atenas, a quienes les preguntaba sobre su confianza en opiniones populares, aunque muy a menudo él no les ofrecía ninguna enseñanza. Tuvo por maestro al filósofo Arquelao quien lo introdujo en las reflexiones sobre la física y la moral.[cita requerida]

Se casó con Xantipa (o Jantipa), que era de familia noble. Según una tradición antigua, trataba muy mal al filósofo, aunque en realidad Platón muestra, al narrar la muerte de Sócrates en el Fedón, una relación normal e incluso buena entre los dos.

Su inconformismo lo impulsó a oponerse a la ignorancia popular y al conocimiento de los que se decían sabios, aunque él mismo no se consideraba un sabio, aún cuando uno de sus mejores amigos, Querefonte, le preguntó al oráculo de Delfos si había alguien más sabio que Sócrates, y la Pitonisa le contestó que no había ningún griego más sabio que él (Apología 21a). Al escuchar lo sucedido, Sócrates dudó del oráculo, y comenzó a buscar alguien más sabio que él entre los personajes más renombrados de su época, pero se dio cuenta de que en realidad creían saber más de lo que realmente sabían. Filósofos, poetas y artistas, todos creían tener una gran sabiduría, en cambio, Sócrates era consciente tanto de la ignorancia que le rodeaba como de la suya propia. Esto lo llevó a tratar de hacer pensar a la gente y hacerles ver el conocimiento real que tenían sobre las cosas. Asumiendo una postura de ignorancia, interrogaba a la gente para luego poner en evidencia la incongruencia de sus afirmaciones; a esto se le denominó «ironía socrática», la cual queda expresada con su célebre frase «Solo sé que no sé nada» (ν οδα τι οδν οδα, hèn oîda hóti oudèn oîda). Su más grande mérito fue crear la mayéutica, método inductivo que le permitía llevar a sus alumnos a la resolución de los problemas que se planteaban por medio de hábiles preguntas cuya lógica iluminaba el entendimiento. Según pensaba, el conocimiento y el autodominio habrían de permitir restaurar la relación entre el ser humano y la naturaleza.

La sabiduría de Sócrates no consiste en la simple acumulación de conocimientos, sino en revisar los conocimientos que se tienen y a partir de ahí construir conocimientos más sólidos.

Esto le convierte en una de las figuras más extraordinarias y decisivas de toda la historia; representa la reacción contra el relativismo y subjetivismo sofista, y es un singular ejemplo de unidad entre teoría y conducta, entre pensamiento y acción. A la vez, fue capaz de llevar tal unidad al plano del conocimiento, al sostener que la virtud es conocimiento y el vicio ignorancia.

El poder de su oratoria y su facultad de expresión pública eran su fuerte para conseguir la atención de las personas.

Sócrates no escribió ninguna obra porque creía que cada uno debía desarrollar sus propias ideas. Conocemos en parte sus ideas desde los testimonios de sus discípulos: Platón, Jenofonte, Aristipo y Antístenes, sobre todo. Tales testimonios no son convergentes, por lo que no resulta fácil conocer cuál fue el verdadero pensamiento de Socrate.

Sabemos que la carreta militar de Sócrates duró mucho tiempo, demostrando con ello que, en ningún momento, esquivó el bulto.
Sabemos que intervino en el sitio de Potidea. Esta ciudad, de la península Calcídica, colonia de Corinto, pertenecía a la confederación ateniense, y en el 432 decidió separarse. Un ejército de 3000 hoplitas fue embarcado inmediatamente para Potidea. Entre ellos, se encontraba Sócrates. Sabemos que su comportamiento en la batalla (junio del 432) fue brillante. Salvó la vida a su, en esos momentos, discípulo Alcibíades. Demostró su gran asceticismo y moderación, por su resistencia al frío y a las penalidadess en las duras noches de Tracia. El sitio duró desde el 432 al 429.

Cuando regresó a Atenas, en 429, se encontró ya con la peste, con el pesimismo y el desaliento de una ciudad que tenía sin duda gran sensibilidad política y se daba cuenta de que los acontecimientos le habían metido en una guerra inacabable.

¿Qué influencia debieron tener estos acontecimientos en una personalidad tradicional y apegada a su Ciudad como parece que fué la de Socrates? Una cosa parece cierta, Sócrates, aún moviéndose en el ámbito de la más estricta religiosidad ateniense, en ningún momento miró hacia atrás, hacia los libros sagrados, con la intención de buscar en ellos respuesta a los males que afectaban en lo más lo hondo, tanto a él mismo, como a su ciudad. No podemos olvidar que la razón (¿razón-religiosa-griega?) es su guía.

También en la batalla de Delión (424), la más sangrienta de todas en las que participó, estuvo Sócrates. Ocho mil atenienses, al mando de Hipócrates, pasaron la frontera beocia y ocuparon el santuario de Apolo Delio, a las orillas del mar de Eubea; pero una vez fortificado este y dejada la guarnición allí, el grueso del ejercito se encontró con un número igualado de beocios,al mando de Pagondas. Estos vencieron, con gran mortandad de atenienses. Sócrates, junto con Laques, haciendo gala de un gran dominio sobre sí mismo, conserva la serenidad y se retira en orden y con calma, cuidando de defenderse si alguien le ataca.

Todavía dos años más tarde, Sócrates toma parte en la batalla de Anfípolis. (422) Otra vez volvió a las tierras lejanas del norte, en la Tracia, donde el imperialismo ateniense estaba interesado por la importante posición geográfica de Anfípolis y por las minas de oro y las demás riquezas del país. Sócrates, que no estaba de acuerdo con una Atenas Imperial, participa (ya casi con 5O años) en esta nueva aventura de su Ciudad. No hay datos concretos sobre su actuación, pero si sabemos que el combate fue muy duro y que cayeron 600 atenienses junto al famoso demagogo Cleón. Tambien murió en la batalla el gran estratega Brásidas, que mandaba a los espartanos.

¿Cómo cumplía Sócrates estas misiones militares? Si hacemos caso al Cármides, lo que allí se nos muestra es un hombre sencillo, austero, ingenuo y tradicional. El maestro regresa de la batallas y, al día siguiente, acude al gimnasio como si nada le hubiera ocurrido. No hay la menor jactancia en sus palabras de soldado, simplemente cree que no ha hecho otra cosa que cumplir una obligación para con su ciudad. Y lo curioso, aún siendo chocante para nuestra mentalidad actual, Sócrates todo lo que dice lo hace absolutamente en serio.

Aunque no participó directamente en la batalla de las Arguinusas, durante las guerras del Peloponeso, Sócrates se vió directamente afectado por el resultado de la misma. Aunque, en principio, la batalla había sido favorable a los atenienses, despues del combate se desencadenó una  terrible tempestad y se fueron a pique 25 trirremes atenienses, junto con sus tripulantes. Además, la tempestad impidió a los estrategas dar sepultura a los caidos en la batalla, tanto marinos como soldados. Tales circunstancias sirvieron de prólogo a graves acontecimientos en Atenas (en los cuales Sócrates se verá directamente inmerso). Los parientes de los que no habían recibido sepultura exigieron que los estrategas fueran sometidos a proceso por negligentes y por no haber dado cumplimiento al ritual funerario, tan importante para los griegos de aquella época. Terámenes, y sus seguidores, se presentaron en la Asamblea popular con acusaciones contra los estrategas, exigiendo que fueran condenados a la pena de muerte. Por una resolución de la Eclesía (a la unicamente se opondrá Sócrates), y en un ambiente pasional e irracional, fue abolido el orden común de los procedimientos judiciales, y la Asamblea, por una ínfima mayoría de votos, condenó a la pena capital a los ocho estrategas.Dos de ellos habían logrado huir.
Entre los ejecutados se hallaba Pericles, hijo de Pericles y Aspasia. Jenofonte nos cuenta que, pasado un tiempo, los Atenienses, dándose cuenta de la atrocidad cometida, se arrepintieron y obligaron a hacer frente a sus responsabilidades a los auténticos responsables de la situación. Pero muchos ya había logrado huir de Atenas. Uno de ellos, Calíxeno, murió de hambre y odiado por todos. Es curiosa, la similitud de esta historia de Jenofonte con lo que parece que sucedió con Sócrates despues de su condena a muerte.

Además de los discípulos mencionados, tuvo otros discípulos y oyentes, entre los que pueden recordarse a Euclides de Megara, Fedón de Elis y Esquines de Esfeto.

El juicio

Aunque durante la primera parte de su vida fue un patriota y un hombre de profundas convicciones religiosas, Sócrates sufrió sin embargo la desconfianza de muchos de sus contemporáneos, a los que les disgustaba la nueva postura que tomó frente al Estado ateniense y la religión establecida, principalmente en contra de las creencias metafísicas de Sócrates, que planteaban una existencia etérea sin el consentimiento de ningún dios como figura explícita. Fue acusado en el 399 a. C. de despreciar a los dioses y corromper la moral de la juventud, alejándola de los principios de la democracia.

El juicio de Sócrates se refiere al juicio y posterior ejecución del filósofo ateniense Sócrates en 399 a. C. Sócrates fue enjuiciado y condenado por los tribunales del gobierno democrático de Atenas, bajo el cargo de corromper a los jóvenes y falta de creencia en los dioses. Dos de los contemporáneos de Sócrates (Platón y Jenofonte) describieron el juicio, uno de los más famosos de la Antigüedad.

Antecedentes del juicio

En el momento de su enjuiciamiento, hacía años que Sócrates era una figura conocida en Atenas. La comedia de Aristófanes Las nubes (Nephelai), presentada en 420 a. C., tenía a Sócrates como uno de los personajes principales, mostrándolo como un estafador pomposo y rimbombante.

Sócrates jamás escribió una línea (estaba en contra de ello), pero su discípulo Platón elaboró muchos "diálogos socráticos", con su maestro como personaje central. Muchas de las personas más influyentes de la época se resintieron por el examen cruzado de Sócrates, ya que con sus preguntas refutaba las reputaciones de sabios y virtuosos. La molestia con la que la mayoría de la gente consideraba el elenchos le ganó a Sócrates el epíteto de "crítico de Atenas". El método socrático era imitado con frecuencia por los jóvenes atenienses, trastornando en gran medida el orden social y los valores morales ya establecidos. Incluso pese a que el mismo Sócrates luchó por Atenas y abogó a favor de la obediencia a las leyes, al mismo tiempo criticó la democracia, especialmente la práctica ateniense de elecciones de grupo, ridiculizando que en ningún otro oficio podía una persona ser elegida de esa forma. Esta crítica aumentó la suspicacia de los demócratas, en especial cuando sus allegados eran descubiertos como enemigos de la democracia. Alcibíades traicionó a Atenas en favor de Esparta (aunque el hecho fue seguramente una cuestión de necesidad más que ideológica), mientras Critias, su ex discípulo, fue uno de los líderes de los Treinta Tiranos (la oligarquía pro espartana que gobernó Atenas durante algunos meses, tras su derrota en la guerra del Peloponeso), a pesar de que también hay registros de su enemistad.

Sumado a todo esto, Sócrates mantenía una visión particular en cuanto a la religión. Realizó varias referencias a su espíritu personal, o daimon, aunque afirmó explícitamente que nunca se le había impuesto, sino que le advertía sobre varios acontecimientos posibles. Muchos de sus contemporáneos sospechaban del daimon de Sócrates, considerándolo un rechazo a la religión del Estado. En general, se ve al daimon de Sócrates como algo similar a la intuición. Además, Sócrates decía que vivir las virtudes era más importante que el culto dado a los dioses.

Apología de Sócrates (πολογία Σωκράτους) es una obra de Platón que da una versión del discurso que Sócrates pronunció como defensa, ante los tribunales atenienses, en el juicio en el que se lo acusó de corromper a la juventud y no creer en los dioses de la polis. Aunque su datación exacta es incierta, el texto, por su temática, pertenece al ciclo platónico de las primeras obras llamadas «socráticas», que Platón escribió en su juventud, e incluso se piensa que es su primera obra: .Guthrie, Historia de la Filosofía Griega.

Sócrates comienza diciendo que no sabe si los atenienses (asamblea general) han sido ya persuadidos por los que lo acusan. Este comienzo es crucial para establecer el tema de todo el discurso, pues es frecuente que Platón comience sus diálogos socráticos exponiendo la idea general del texto. En este caso, el diálogo se abre con "¡Ciudadanos atenienses!, Ignoro qué impresión habrán despertado en vosotros las palabras de mis acusadores". Este ignoro, de hecho sugiere que la filosofía expuesta en la Apología va a consistir enteramente en una sincera admisión de ignorancia, pues todo su conocimiento procede de su no saber nada: "Sólo sé que no sé nada".

Sócrates pide al jurado que no le juzgue por sus habilidades oratorias, sino por la verdad que estas convocan. A su vez, asegura que no va a utilizar ornamentos retóricos ni frases cuidadosamente preparadas, sino que va a decir en voz alta lo que se le pase por la cabeza, las mismas palabras que utilizaría en el ágora y en las reuniones, pero a pesar de esto demuestra ser un maestro en retórica, y que no es solo elocuente y persuasivo, sino que sabe jugar con el jurado. El discurso, que ha puesto a los lectores de su lado durante más de dos milenios, no consigue ganarle el juicio. Sócrates fue condenado a muerte, y ha sido admirado por su calma aceptación de ello.

La acusación

Los tres hombres en presentar cargos contra Sócrates son:

Anito, hijo de un ateniense prominente, Antemión. Anito aparece en Menón, donde aparece inesperadamente mientras Sócrates y Menón (que está visitando Atenas) discuten si la virtud puede ser enseñada. Sócrates argumenta que no, y ofrece como evidencia que muchos buenos atenienses han tenido hijos inferiores a sus padres, tras lo cual procede a dar nombres, entre ellos Pericles y Tucídides. Anito se ofende, y avisa a Sócrates que menospreciar ("kakòs légein") a esas personas le traerá problemas algún día. (Menón 94e-95a).
Meleto, de los tres el único en hablar durante la defensa de Sócrates. También se lo menciona en otro diálogo,Eutifrón, aunque no aparece . En él Sócrates dice que Meleto es un joven desconocido de gran nariz aquilina. En la Apología, Meleto presenta sus acusaciones, lo que permite a Sócrates rebatirlas. Sin prestar mucha atención a los cargos que está afirmando, acusa a Sócrates de ateísmo, y de corromper a la juventud mediante sus enseñanzas.
Licón, del cual poco se sabe; de acuerdo con Sócrates era representante de los oradores.
Los cargos contra Sócrates

Sócrates dice que tiene que rechazar dos tipos de acusaciones diferentes: los viejos cargos de que es un criminal y un curioso que pregunta hasta al cielo y la tierra, y los más recientes cargos legales de corromper a los jóvenes y de creer en cosas sobrenaturales de su propia invención, en vez de los dioses de la polis.

Sobre los viejos cargos dice que son el resultado de años de rumores y prejuicio, y por lo tanto no pueden ser respondidos. Sócrates desvirtúa estos "cargos informales" dándoles una apariencia legal diciendo: "Sócrates comete delito al investigar los fenómenos celestes y subterráneos, debido a que, según ellos, convierte el argumento más débil en el más fuerte, instruyendo esto a otros, y sin creer en los dioses, es decir, es ateo". También dice que estas alegaciones nacieron de la boca de cierto poeta cómico, es decir, Aristófanes.

La apasionada defensa de Sócrates al ser acusado de sofista, no es más que una distracción de las otras, más graves, acusaciones, pues los sofistas no eran condenados a muerte en Grecia; al contrario, eran frecuentemente buscados por los padres para ser tutores de sus hijos, por lo que Sócrates dice que no puede ser confundido con un sofista, ya que éstos son sabios (o creen que lo son), y están bien pagados, mientras que él es pobre (a pesar de ser frecuentemente visto en las mesas de juego), y dice no saber absolutamente nada.

La Apología de Platón:

La Apología de Platón: se divide en tres partes. La primera para propia defensa de Sócrates, y que contiene las partes más famosas del texto, como el recuerdo que realiza su amigo Querofonte al Oráculo de Delfos y su refutación a Meleto.

Lo primero que hace Sócrates es acusar al que le acusa, Meleto, cuyo nombre significa "aquel al que le importa", de no importarle las cosas que dice le importan. Mientras interroga a Meleto, dice que nadie corrompería intencionadamente a otro, pues después correría el riesgo de que éste les dañara en el futuro. Este tema de la corrupción es importante por dos razones: primero pues parece ser la acusación más grave que se le imputa, el corromper a los jóvenes enseñándoles una versión de ateísmo, y la segunda, porque Sócrates clama que si Meleto está convencido, debe ser porque Aristófanes corrompió las mentes de su audiencia, cuando ésta era joven (con su obra Las nubes, escrita 24 años antes).

Así pues Sócrates partió en una "misión divina" para resolver la paradoja (que un hombre ignorante pudiera ser también la persona más sabia de la ciudad)e intentó demostrar que el dios se equivocaba. Tras esto, proclamándose la voz del oráculo (23e), procede a preguntar sistemáticamente a los políticos, poetas y artesanos, determinando al final que los primeros son impostores, los segundos no comprendían sus propias obras al igual que los visionarios y los profetas no comprenden sus visiones, y que los terceros tampoco se libran de ser pretenciosos. Por su parte, él se pregunta así mismo si preferiría ser un impostor, como la gente con la que habla, y de nuevo hablando como la voz del oráculo responde que no, pues prefiere ser él mismo.

Sócrates comienza diciendo al jurado que sus mentes han sido envenenadas por sus enemigos mientras eran jóvenes e impresionables y que su reputación de sofista ha sido impuesta por sus enemigos, los cuales son maliciosos y le tienen envidia. Dice, sin embargo, que éstos van a permanecer en el anonimato, salvo Aristófanes, el poeta cómico. Responde después a la acusación de corromper a los jóvenes argumentando que el corromperlos de forma deliberada es una idea incoherente. Después explica que todos sus problemas comenzaron con la visita al oráculo, tras lo cual, recuenta ésta. Querofonte acudió al Oráculo de Delfos para preguntar si había alguien más sabio que Sócrates, a lo que el dios respondió que no lo había. Cuando Querofonte se lo refirió a Sócrates éste se lo tomó como una adivinanza, pues clamaba no poseer sabiduría grande o pequeña, pero también que era contrario a la naturaleza de los dioses el mentir.

Sócrates dice que estas preguntas indiscriminadas le ganaron la reputación de cotilla o curioso, pero a partir de ahí él interpreta su misión en la vida como la prueba de que la verdadera sabiduría pertenece exclusivamente a los dioses, y que la sabiduría humana tiene poco o ningún valor. Habiendo refutado los prejuicios, Sócrates comienza a defenderse de los cargos formales de corrupción de los jóvenes y ateísmo.

Procede después a defenderse de la acusación de ateísmo tendiendo una trampa a Meleto hasta que éste se contradice diciendo que Sócrates es un ateo y que cree en semidioses y espíritus. Sócrates humilla a Meleto preguntando a la corte si éste ha pasado algún test que muestre si sabe identificar contradicciones lógicas.

En una de las partes más controvertidas de la obra, Sócrates afirma que no ha habido mayor bien para Atenas que su preocupación por sus compañeros ciudadanos, que la riqueza es una consecuencia de la bondad, y que los dioses no permiten que un hombre bueno sea dañado por uno peor que él. Clama ser un tábano y el estado un gran caballo perezoso que necesita ser despertado.

Para probar esto, Sócrates recuerda al jurado de su daimon, que él ve como una experiencia sobrenatural. Reconoce que esto hará sospechar a muchos de que realmente inventa deidades, pero no hace concesiones en este respecto, a pesar de estar al tanto de las sospechas que esto levantaría. Sócrates proclama no haber sido nunca un profesor, puesto que no ha impartido su conocimiento a otros. Por esta razón no se le puede hacer culpable de lo que hacen otros ciudadanos. Si ha corrompido a alguien, dice, ¿Por qué no acuden como testigos?, si han sido corrompidos, ¿Por qué no ha intercedido la familia en su beneficio? además muchos de estos familiares acudieron al juicio en defensa de Sócrates.

Para concluir esta parte, Sócrates recuerda a los jurados que no va a recurrir a los trucos comunes de llantos, ni traerá a sus tres hijos para provocar su compasión. Afirma no temer a la muerte y asegura que no actuará de manera contraria a su deber religioso, por lo que confiará plenamente en su sólida argumentación y en la verdad para ganarse el veredicto. El jurado, sin embargo, lo encuentra culpable por 281 votos a 220.

Sócrates propone un castigo alternativo que no le generara popularidad. Como se considera benefactor de Atenas, dice que deberían participarlo en las comidas del Pritaneo, uno de los edificios que albergaba a miembros de la asamblea. Esto era un honor reservado a atletas y otros ciudadanos importantes.

Considera después como pena el pago de una multa de una mina de plata (100 dracmas), pues no tenía suficiente dinero para pagar una multa mayor. El jurado, considerándolo una suma muy pequeña comparada con el castigo propuesto por la acusación, opta por la condena a muerte. Los amigos de Sócrates, Platón, Critón, Critóbulo y Apolodoro, se disponen a aumentar la suma inicial a 30 minas, pero la asamblea no ve esto como una alternativa, por lo que se decide por la pena de muerte bebiendo cicuta.

La alternativa propuesta por Sócrates enfadó al jurado. 360 votaron por la sentencia a muerte, y solo 141 votaron en favor de la multa de 3.000 dracmas. Sócrates, entonces, responde al veredicto, refiriéndose primero a los que votan por su muerte. Afirma que no ha sido la falta de argumentos por su parte lo que ha dado resultado a su condena, sino su repulsión por rebajarse a las habituales prácticas sentimentalistas que podían esperarse de cualquiera que se encuentra ante una condena a muerte e insiste, de nuevo, que la cercanía de la muerte no exime a uno de seguir el camino de la bondad y la verdad. Profetiza que críticos más jóvenes y severos seguirán sus pasos, sometiéndoles a un examen más riguroso de sus propias vidas.

Para aquellos que votaron a su favor dice que su "daimon" no quiso detenerle en su discurso pues consideraba que era la forma correcta de actuar. Como consecuencia, la muerte debe ser una bendición pues, o constituirá la aniquilación (trayendo paz a todas sus preocupaciones) o una migración a otro lugar en el que conocer las almas de gente tan famosa como Hesíodo y Homero o héroes como Odiseo, con los que puede continuar su labor de preguntar todo.

Sócrates concluye la Apología diciendo que no guardará rencor contra los que le han acusado y condenado, y en un acto de total confianza les pide que cuiden de sus tres hijos mientras éstos crecen, asegurándose de que éstos pongan lo bueno por delante de su propio interés.

Al final de todo, Sócrates dice: "Es hora de irse, yo para morir, y vosotros para vivir. Quién de nosotros va a una mejor suerte, nadie lo sabe, solo los dioses lo saben".

El proceso

El primer elemento del juicio fue la acusación formal. Los tres hombres en presentar cargos contra Sócrates fueron:

Anito, hijo de un ateniense prominente, Antemión.
Meleto, poeta, es el que presenta la denuncia ante el arconte.
Licón, del cual poco se sabe; de acuerdo con Sócrates platónico, era representante de los oradores.
Luego de haber decidido que existía un caso ante el cual debía darse una respuesta, el arconte indicó a Sócrates que se presentara frente a un jurado de ciudadanos atenienses, para contestar a los cargos de corrupción de los jóvenes atenienses y asebeia (impiedad).

Los jueces fueron seleccionados por lotería de entre un grupo de ciudadanos voluntarios varones (la ciudadanía no incluía a mujeres, esclavos ni extranjeros residentes) pertenecientes a cada clase social. A diferencia de cualquier juicio llevado a cabo en muchas sociedades modernas, la mayoría de los veredictos eran regla más que excepción.

Sócrates se enfrentó a un jurado compuesto por 500 ciudadanos (su gran tamaño demuestra que el juicio era visto como algo importante) y después de que él y su acusador hubieran presentado sus disertaciones, el jurado votó a favor de condenarlo por 280 contra 220.

A continuación, Sócrates y el fiscal sugirieron varias sentencias alternativas. Tras expresar su sorpresa ante lo poco que fue necesario para declararlo culpable, Sócrates propuso en forma de broma una sentencia compuesta por comidas gratuitas en el Pritaneo (un honor que era reservado a los benefactores de la ciudad y los ganadores de los Juegos Olímpicos), luego se ofreció a pagar una multa de 100 dracmas, lo cual equivalía a una quinta parte de sus posesiones y era prueba irrefutable de su pobreza. Por último, acordó pagar la suma de 3.000 dracmas (la idea le había sido propuesta por Platón, Critón, Critóbulo y Apolodoro, quienes también le garantizaban su pago). Su acusador propuso la pena de muerte.

El jurado estuvo a favor de la pena por gran mayoría (360 contra 140), demostrando, según Platón, que Sócrates había perdido apoyo debido a su tono de ligereza y el hecho de no pedir disculpas.

Los seguidores de Sócrates le recomendaron huir, lo cual era esperado (e incluso habría sido aceptado) por la ciudadanía; pero él se negó por principios. Por coherencia con su propia filosofía de obediencia hacia las leyes, llevó a cabo su propia ejecución bebiendo la cicuta con la cual lo había provisto. Así, se convirtió en uno de los primeros de los escasos "mártires" intelectuales. Sócrates murió a la edad de 70 años.

Interpretaciones del juicio

Interpretación en el mundo antiguo

Los antiguos atenienses no le dieron al juicio de Sócrates el carácter icónico que posee hoy en día. Atenas acababa de atravesar un período complicado, donde un grupo pro espartano designado como los Treinta Tiranos había derogado la democracia en su búsqueda por imponer un gobierno oligárquico. El pueblo no veía como coincidencia el hecho de que Critias, el líder de los Tiranos, hubiera sido uno de los discípulos de Sócrates. Sus amigos procuraron disculparse, pero la visión de Atenas seguramente haya sido la expresada por el orador Esquines algunos años después, cuando, durante una disertación, escribió:

¿Acaso no condenaron a muerte a Sócrates el sofista, compañeros ciudadanos, porque se demostró que había educado a Critias, uno de los Treinta que derribaron la democracia?

Interpretación en el mundo moderno

La muerte de Sócrates, tal como fuera presentada por Platón, ha inspirado a escritores, artistas y filósofos del mundo moderno, en formas muy variadas. Para algunos, la ejecución de quien Platón llamó «el más sabio y justo de todos los hombres» ha demostrado la falta de confiabilidad en un gobierno democrático. Para otros, especialmente I. F. Stone en su libro El juicio de Sócrates, la acción de los atenienses era una defensa justificable de su democracia, la cual había sido restablecida recientemente.

En general, Sócrates es visto como una figura paternal, sabia y benévola, martirizada a causa de sus creencias intelectuales. Así fue exactamente como lo presentaron Platón y Jenofonte, por lo cual no es sorprendente que el mito de Sócrates y su ejecución haya tomado existencia propia, alejada del hombre histórico cuya verdadera visión política posiblemente no lleguemos a conocer jamás.



La Apología de Platón recoge lo esencial de la defensa de Sócrates en su propio juicio; una valiente reivindicación de toda su vida. Fue condenado a muerte, aunque la sentencia sólo logró una escasa mayoría. Cuando, de acuerdo con la práctica legal de Atenas, Sócrates hizo una réplica irónica a la sentencia de muerte del tribunal proponiendo pagar tan sólo una pequeña multa dado el escaso valor que tenía para el Estado un hombre dotado de una misión filosófica, enfadó tanto al jurado que éste volvió a votar a favor de la pena de muerte por una abultada mayoría. Los amigos de Sócrates planearon su huida de la prisión pero prefirió acatar la ley y murió por ello. Pasó sus últimos días con sus amigos y seguidores.

Muerte

El envenenamiento por cicuta era un método empleado habitualmente por los griegos para ejecutar las sentencias de pena de muerte. Sócrates fue juzgado y, declarado culpable, cumplió esta pena en el año 399 a. C.

Murió a los 70 años de edad, aceptando serenamente esta condena, método elegido por un tribunal que le juzgó por no reconocer a los dioses atenienses y corromper a la juventud. Según relata Platón en la Apología que dejó de su maestro, éste pudo haber eludido la condena, gracias a los amigos que aún conservaba, pero prefirió acatarla y morir.

A su muerte surgen las escuelas socráticas, la Academia Platónica, las menores, dos de moral y dos de dialéctica, que tuvieron en común la búsqueda de la virtud a través del conocimiento de lo bueno.[cita requerida]

Platón no pudo asistir a los últimos instantes y éstos fueron reconstituidos en el Fedón, según la narración de varios discípulos. Aquí está el paso que describe los síntomas:

“Él paseó, y cuando dijo que le pesaban las piernas, se tendió boca arriba, pues así se lo había aconsejado el individuo. Y al mismo tiempo el que le había dado el veneno lo examinaba cogiéndole de rato en rato los pies y las piernas, y luego, apretándole con fuerza el pie, le preguntó si lo sentía, y él dijo que no. Y después de esto hizo lo mismo con sus pantorrillas, y ascendiendo de este modo nos dijo que se iba quedando frío y rígido. Mientras lo tanteaba nos dijo que, cuando eso le llegara al corazón, entonces se extinguiría.

“Ya estaba casi fría la zona del vientre, cuando descubriéndose, pues se había tapado, nos dijo, y fue lo último que habló:
—Critón, le debemos un gallo a Asclepio. Así que págaselo y no lo descuides.
—Así se hará, dijo Critón. Mira si quieres algo más.
Pero a esta pregunta ya no respondió, sino que al poco rato tuvo un estremecimiento, y el hombre lo descubrió, y él tenía rígida la mirada. Al verlo, Critón le cerró la boca y los ojos.

“Este fue el fin, Equécrates, que tuvo nuestro amigo, el mejor hombre, podemos decir nosotros, de los que entonces conocimos, y, en modo muy destacado, el más inteligente y el más justo.
Fedón 117e-118c.

El problema de las fuentes

Dado que Sócrates no escribió ninguna obra, nos podemos acercar a su figura por medio de cuatro fuentes:

1.    Los diálogos de Platón como material más importante.

2.    Los escritos de Jenofonte en los que habla de Sócrates, los cuales, no obstante, contienen errores históricos y geográficos.

3.    La comedia de Aristófanes, Las nubes, que fue escrita cuando Sócrates tenía solamente 41 años, ridiculizándolo y colocándolo en el lugar de los sofistas.

4.    Y finalmente, las menciones de Aristóteles a lo largo de todas sus obras; no lo conoció directamente pero tradicionalmente se considera que su recuento es el más objetivo.

Descripción

Sócrates nació en Atenas el año 470 a. C. y murió en el 399 a. C. Hijo de un escultor y una comadrona, recibió una educación tradicional: literatura, música y gimnasia. Más tarde se familiarizó con la dialéctica y la retórica de los sofistas. Al principio, Sócrates siguió el trabajo de su padre; realizó un conjunto de estatuas de las tres Gracias, que estuvieron en la entrada de la Acrópolis hasta el siglo II a. C. Durante la guerra del Peloponeso contra Esparta, sirvió como hoplita con gran valor en las batallas de Potidea en el 432-430 a. C., Delio en el 424 a. C., y Anfípolis en el 422 a. C.

Era de pequeña estatura, vientre prominente, ojos saltones y nariz exageradamente respingona. Su figura era motivo de chanza. Alcibíades lo comparó con los silenos, los seguidores ebrios y lascivos de Dioniso. Platón consideraba digno de ser rememorado el día en que le lavó los pies y le puso sandalias, y Antifón, el sofista, decía que ningún esclavo querría ser tratado como él se trataba a sí mismo. Llevaba siempre la misma capa, y era tremendamente austero en cuanto a comida y bebida.

Fue el verdadero iniciador de la filosofía en cuanto que le dio su objetivo primordial de ser la ciencia que busca en el interior del ser humano. El método de Sócrates era dialéctico: después de plantear una proposición analizaba las preguntas y respuestas suscitadas por la misma. Sócrates describió el alma como aquello en virtud de lo cual se nos califica de sabios o de locos, buenos o malos, una combinación de inteligencia y carácter. Tuvo gran influencia en el pensamiento occidental, a través de la obra de su discípulo Platón.

Creía en la superioridad de la discusión sobre la escritura y, por lo tanto, pasó la mayor parte de su vida de adulto en los mercados y plazas públicas de Atenas, iniciando diálogos y discusiones con todo aquel que quisiera escucharle, a quienes solía responder mediante preguntas. Privilegió un método, al cual denominó (probablemente evocando a su madre partera) mayéutica, es decir, lograr que el interlocutor descubra sus propias verdades.

Fue obediente con las leyes de Atenas, pero evitaba la política. Creía que podría servir mejor a su país dedicándose a la filosofía. No escribió ningún libro ni tampoco fundó una escuela regular de filosofía. Todo lo que se sabe con certeza sobre sus enseñanzas se extrae de la obra de Platón, que atribuyó sus propias ideas a su maestro. Platón describió a Sócrates escondiéndose detrás de una irónica profesión de ignorancia, conocida como ironía socrática, con gran ingenio y agudeza mental.

La base de sus enseñanzas y lo que inculcó, fue la creencia en una comprensión objetiva de los conceptos de justicia, amor y virtud; y el conocimiento de uno mismo. Creía que todo vicio es el resultado de la ignorancia y que ninguna persona desea el mal; a su vez, la virtud es conocimiento y aquellos que conocen el bien actuarán de manera justa. Su lógica hizo hincapié en la discusión racional y la búsqueda de definiciones generales. En este sentido influyó en sus discípulos: Alcíbiades, Fedón,  Platón y, a través de ellos, en Aristóteles.

Otro pensador y amigo influenciado por Sócrates fue Antístenes, el fundador de la escuela cínica de filosofía. Sócrates también fue maestro de Arístipo, que fundó la filosofía cirenaica de la experiencia y el placer, de la que surgió la filosofía más elevada de Epicuro. Tanto para los estoicos como el filósofo griego Epicteto, para el filósofo romano Séneca el Viejo como para el emperador romano Marco Aurelio, Sócrates representó la personificación y la guía para alcanzar una vida superior.

Pensamientos

Aristóteles señala claramente las dos grandes aportaciones de Sócrates:

“Dos cosas hay que atribuir con justicia a Sócrates, por un lado el argumento inductivo (επακτικοί λόγοι) y por otro la definición general (ορίζεσθαι καθόλον)”



“El amigo ha de ser como el dinero, que antes de necesitarlo, se sabe el valor que tiene”.



“Desciende a las profundidades de ti mismo, y logra ver tu alma buena. La felicidad la hace solamente uno mismo con la buena conducta”.


“Los jóvenes hoy en día son unos tiranos. Contradicen a sus padres, devoran su comida, y le faltan al respeto a sus maestros”.


“La verdadera sabiduría está en reconocer la propia ignorancia”.


“Las almas ruines sólo se dejan conquistar con presentes”.


“Cuatro características corresponden al juez: Escuchar cortésmente, responder sabiamente, ponderar prudentemente y decidir imparcialmente”.


“Habla para que yo te conozca”.


“La belleza de la mujer se halla iluminada por una luz que nos lleva y convida a contemplar el alma que tal cuerpo habita, y si aquélla es tan bella como ésta, es imposible no amarla”.


“El orgullo engendra al tirano. El orgullo, cuando inútilmente ha llegado a acumular imprudencias y excesos, remontándose sobre el más alto pináculo, se precipita en un abismo de males, del que no hay posibilidad de salir”.


“Yo sólo sé que no sé nada”.


“Sólo sé que no sé nada; y esto cabalmente me distingue de los demás filósofos, que creen saberlo todo”.

“Solo es útil el conocimiento que nos hace mejores”.

“Cásate: si por casualidad das con una buena mujer, serás feliz; si no, te volverás filósofo, lo que siempre es útil para el hombre”.

“El amigo ha de ser como el dinero, que antes de necesitarle, no se sabe el valor que tiene”.

“Anda despacio cuando escojas a tus amigos; pero cuando los tengas mantente firme y constante”.

“Sólo hay un bien: el conocimiento. Sólo hay un mal: la ignorancia”.

"Después de la tormenta, viene la lluvia" (Dicha a sus díscipulos después de que su mujer le tirara un cubo de agua, tras una fuerte discusión)

“Las nociones de bien y de mal son innatas en el alma humana”.

“Comenzar bien no es poco, pero tampoco es mucho”.

“El orgullo divide a los hombres, la humildad los une”.

“Si existe algo bello, además de lo que es bello por sí mismo, lo es porque participa de la belleza”.

“La verdadera sabiduría está en reconocer la propia ignorancia”.


“Si alguien busca la salud, pregúntale si está dispuesto a evitar las causas de la enfermedad; en caso contrario, abstente de ayudarle”.

“Los jóvenes hoy en día son unos tiranos. Contradicen a sus padres, devoran su comida, y le faltan al respeto a sus maestros”.

"Alcanzarás buena reputación esforzándote en ser lo que quieres parecer".

“El mayor de todos los misterios es el hombre”.

“Cada uno de nosotros sólo será justo en la medida en que haga lo que le corresponde”.

“La belleza de la mujer se halla iluminada por una luz que nos lleva y convida a contemplar el alma que habita tal cuerpo, y si aquélla es tan bella como ésta, es imposible no amarla”.

“No soy un ateniense, ni un griego, sino un ciudadano del mundo”.

“El malo lo es por ignorancia, y por tanto se cura de ello con la sabiduría”.

“La mejor salsa es el hambre”.

“Filosofía es la búsqueda de la verdad como medida de lo que el hombre debe hacer y como norma para su conducta”.

“Hay probabilidad de que si te pones debajo de un árbol te caiga un limón”.

“Un hombre desenfrenado no puede inspirar afecto; es insociable y cierra la puerta a la amistad”.

“No dejes crecer la hierba en el camino de la amistad”.

“Temed el amor de la mujer más que el odio del hombre”.

"Sólo Dios es el verdadero sabio".

"La ciencia humana consiste más en destruir errores que en descubrir verdades".

"La hermosura es una tiranía de corta duración".

"Los hombres buenos y bellos se conquistan con gentilezas".

"Decir que algo es natural, significa que se puede aplicar a todas las cosas".

* Desciende a las profundidades de ti mismo, y logra ver tu alma buena. La felicidad la hace solamente uno mismo con la buena conducta.

"Para desembarcar en la isla de la sabiduría hay que navegar en un océano de aflicciones".

"Si yo me hubiera dedicado a la política. ¡oh atenienses!, hubiera perecido hace mucho tiempo y no hubiese hecho ningún bien ni a vosotros ni a mí mismo".

"Es preferible sufrir una injusticia, que cometerla".

"Reyes o gobernantes no son los que llevan cetro, sino los que saben mandar".

"¿Quién capitulará más pronto: el que necesita las cosas difíciles o quien se sirve de lo que buenamente pueda hallar?"

"¿No te parece, que es una vergüenza para el hombre, que le suceda lo que a los más irracionales de los animales?"

"Cada uno de nosotros sólo será justo en la medida en que haga lo que le corresponde".

"El grado sumo del saber es contemplar el por qué".

"Lo que mejor sienta a la juventud es la modestia, el pudor, el amor a la templanza, y la justicia. Tales son las virtudes que deben formar su carácter".

"El pasado tiene sus códigos y costumbres".

"Sólo el conocimiento que llega desde dentro es el verdadero conocimiento".

"Cuatro características corresponden al juez: Escuchar cortésmente, responder sabiamente, ponderar prudentemente y decidir imparcialmente".

"Las almas ruines sólo se dejan conquistar con presentes".

"En cualquier dirección que recorras el alma, nunca tropezarás con sus límites".

"El orgullo engendra al tirano. El orgullo, cuando inútilmente ha llegado a acumular imprudencias y excesos, remontándose sobre el más alto pináculo, se precipita en un abismo de males, del que no hay posibilidad de salir".

“Sólo hay un bien: el conocimiento. Sólo hay un mal: la ignorancia”.

“El amigo ha de ser como el dinero, que antes de necesitarle, se sabe el valor que tiene”.

“Filosofía es la búsqueda de la verdad como medida de lo que el hombre debe hacer y como norma para su conducta”.

“Cada uno de nosotros sólo será justo en la medida en que haga lo que le corresponde”.

“Es peor cometer una injusticia que padecerla porque quien la comete se convierte en injusto y quien la padece no”.

“El pasado tiene sus códigos y costumbres”.

“Si quieres gozar de una buena reputación preocúpate en ser lo que aparentas ser”.

“Solo es útil el conocimiento que nos hace mejores”.


“En cualquier dirección que recorras el alma, nunca tropezarás con sus límites”.


“Temed el amor de la mujer más que el odio del hombre”.


"Cuatro características corresponden al juez: escuchar cortésmente, responder sabiamente, ponderar prudentemente y decidir imparcialmente.


    Alcanzarás buena reputación esforzándote en ser lo que quieres parecer

    Las penas de la vida deben consolarnos de la muerte

    La verdadera sabiduría está en reconocer la propia ignorancia

    La belleza de la mujer se halla iluminada por una luz que nos lleva y convida a contemplar el alma que tal cuerpo habita, y si aquélla es tan bella como ésta, es imposible no amarla

    La mentira gana bazas, pero la verdad gana el juego

    Los jóvenes hoy en día son unos tiranos. Contradicen a sus padres, devoran su comida, y le faltan al respeto a sus maestros

    La única cosa que sé es saber que nada sé; y esto cabalmente me distingue de los demás filósofos, que creen saberlo todo

    Habla para que yo te conozca

    Anda despacio cuando escojas a tus amigos; pero cuando los tengas mantente firme y constante.



    La multitud, cuando ejerce su autoridad, es más cruel que los tiranos de Oriente


    Cásate: si por casualidad das con una buena mujer, serás feliz; si no, te volverás filósofo, lo que siempre es útil para el hombre.

    La mejor salsa es el hambre.

    Las almas de todos los hombres son inmortales, pero las almas de los justos son inmortales y divinas

    No hagas nada que sea vergonzoso, ni en presencia de nadie ni en secreto. Sea tu primera ley... respetarte a ti mismo

    Es peor cometer una injusticia que padecerla porque quien la comete se convierte en injusto y quien la padece no

Injusticia

    Yo soy un ciudadano, no de Atenas o Grecia, sino del mundo.

    Sólo es útil el conocimiento que nos hace mejores

    Las verdaderas batallas se libran en el interior

    Desciende a las profundidades de ti mismo, y logra ver tu alma buena. La felicidad la hace solamente uno mismo con la buena conducta.

    Cuatro características corresponden al juez: Escuchar cortésmente, responder sabiamente, ponderar prudentemente y decidir imparcialmente

    Filosofía es la búsqueda de la verdad como medida de lo que el hombre debe hacer y como norma para su conducta

    El mayor de todos los misterios es el hombre

    Para desembarcar en la isla de la sabiduría hay que navegar en un océano de aflicciones

    Que cada uno de tus actos, palabras y pensamientos sean los de un hombre que acaso en ese instante, haya de abandonar la vida.

    Si alguien busca la salud, pregúntale si está dispuesto a evitar en el futuro las causas de la enfermedad; en caso contrario, abstente de ayudarle

    El malo lo es por ignorancia, y por tanto se cura de ello con la sabiduría

    La admiración es la hija de la ignorancia y la madre de la ciencia

    Un hermoso cuerpo promete un alma bella.

    Las almas ruines sólo se dejan conquistar con presentes

    Temed el amor de la mujer más que el odio del hombre

    El grado sumo del saber es contemplar el por qué

    El pasado tiene sus códigos y costumbres

    Si yo me hubiera dedicado a la política. ¡Oh atenienses!, hubiera perecido hace mucho tiempo y no hubiese hecho ningún bien ni a vosotros ni a mí mismo

    El orgullo engendra al tirano. El orgullo, cuando inútilmente ha llegado a acumular imprudencias y excesos, remontándose sobre el más alto pináculo, se precipita en un abismo de males, del que no hay posibilidad de salir

    La hermosura es una tiranía de corta duración

    La ciencia humana consiste más en destruir errores que en descubrir verdades

    Sólo el conocimiento que llega desde dentro es el verdadero conocimiento

    Comenzar bien no es poco, pero tampoco es mucho

    Cada uno de nosotros sólo será justo en la medida en que haga lo que le corresponde

    Las nociones de bien y de mal son innatas en el alma humana

    Hay probabilidad de que si te pones debajo de un árbol te caiga un limón

    En cualquier dirección que recorras el alma, nunca tropezarás con sus límite.

    La caridad es la virtud que consiste en ver siempre algo bueno en nuestro prójimo

    ¿Quién capitulará más pronto: el que necesita las cosas difíciles o quien se sirve de lo que buenamente pueda hallar?

    Si existe algo bello, además de lo que es bello por sí mismo, lo es porque participa de la belleza

    Lo que mejor sienta a la juventud es la modestia, el pudor, el amor a la templanza, y la justicia. Tales son las virtudes que deben formar su carácter

    El justo, pues se parece al discreto y bueno, y el injusto al malo e ignorante

    Los ratos de ocio son la mejor de todas las adquisiciones.

    Mucho mayor riesgo se corre en la compra de enseñanzas que en la de alimentos. Porque quien compra comida o bebida al traficante o al comerciante puede transportar esto en otros recipientes y, depositándolo en casa, antes de proceder a comerlo o beberlo, puede llamar a un entendido para pedirle consejo sobre lo que es comestible o potable y lo que no, y en qué cantidad y cuándo. Pero las enseñanzas no se pueden transportar en otro recipiente, sino que, una vez pagado su precio, necesariamente, el que adquiere una enseñanza marcha ya, llevándola en su propia alma, dañado o beneficiado

    Si me hubiese pegado una coz un asno, ¿le denunciaría?

    Si yo fuera sordo hablaría con señas

    ¿No te parece, que es una vergüenza para el hombre, que le suceda lo que a los más irracionales de los animales?

"Si, con relación a esto, me dijérais: ‘[...] te absolvemos, pero con esta condición: con la condición de que dejes esos diálogos examinatorios y ese filosofar; pero si eres sorprendido practicando eso todavía, morirás’ [...], yo os respondería: ‘[...] os estimo, atenienses, pero obedeceré al dios antes que a vosotros y, mientras tenga aliento y pueda, no cesaré de filosofar, de exhortaros y de hacer demostraciones a todo aquel de vosotros con quien tope [...]. Pues eso es lo que ordena el dios [...] Atenienses, tened presente que yo no puedo obrar de otro modo, ni aunque se me impongan mil penas de muerte; [...] absolvedme o no me absolváis’”.

(Defensa de Sócrates ante el tribunal que lo condenó, que sigue siendo, uno de los más elocuentes discursos en favor de la libertad de expresión).

La Anarquía de la Guerra del Peleponeso:


La guerra del Peloponeso (431–404 a. C.) fue un conflicto militar de la Antigua Grecia que enfrentó a la Liga de Delos (conducida por Atenas) con la Liga del Peloponeso (conducida por Esparta).

Tradicionalmente, los historiadores han dividido la guerra en tres fases. Durante la primera, llamada la Guerra arquidámica, Esparta lanzó repetidas invasiones sobre el Ática, mientras que Atenas aprovechaba su supremacía naval para atacar las costas del Peloponeso y trataba de sofocar cualquier signo de malestar dentro de su Imperio. Este período de la guerra concluyó en 421 a. C., con la firma de la Paz de Nicias. Sin embargo, al poco tiempo el tratado fue socavado por nuevos combates en el Peloponeso lo que llevó a la segunda fase. En 415 a. C., Atenas envió una inmensa fuerza expedicionaria para atacar Siracusa, en Sicilia. La expedición ateniense, que se prolongó del 415 al 413 a. C., terminó en desastre, con la destrucción de gran parte del ejército y la reducción a la esclavitud de miles de soldados atenienses y aliados.

Esto precipitó la fase final de la guerra, que suele ser llamada la Guerra de Decelia. En esta etapa, Esparta, con la nueva ayuda de Persia y los sátrapas (gobernadores regionales) de Asia Menor, apoyó rebeliones en estados bajo el dominio de Atenas en el Mar Egeo y en Jonia, con lo cual debilitó a la Liga de Delos y, eventualmente, privó a Atenas de su supremacía marítima. La destrucción de la flota ateniense en Egospótamos puso fin a la guerra y Atenas se rindió al año siguiente.

La guerra del Peloponeso cambió el mapa de la Antigua Grecia. A nivel internacional, Atenas, la principal ciudad antes de la guerra, fue reducida prácticamente a un estado de sometimiento, mientras Esparta se establecía como el mayor poder de Grecia. El costo económico de la guerra se sintió en toda Grecia; un estado de pobreza se extendió por el Peloponeso, mientras que Atenas se encontró a sí misma completamente devastada y jamás pudo recuperar su antigua prosperidad.1 2 La guerra también acarreó cambios más sutiles dentro de la sociedad griega; el conflicto entre la democracia ateniense y la oligarquía espartana, cada una de las cuales apoyaba a facciones políticas amigas dentro de otros estados, transformó a las guerras civiles en algo común en el mundo griego.

Las guerras griegas, mientras tanto, que originariamente eran una forma de conflicto limitado y formal, se convirtieron en luchas sin cuartel entre ciudades estado que incluían atrocidades a gran escala. La guerra del Peloponeso, que destrozó tabúes religiosos y culturales, devastó extensos territorios y destruyó a ciudades enteras, marcó el dramático final del dorado siglo V a. C. de Grecia.


En la Historia de la Guerra del Peloponeso, libro uno, sección 23, Tucídides aclara que Esparta entró en guerra con Atenas «porque temía que los atenienses se hicieran más poderosos, al ver que la mayor parte de Hellas se encontraba bajo el control de Atenas».4 Ciertamente, los casi cincuenta años de historia griega que precedieron al inicio de la guerra del Peloponeso habían estado marcados por el desarrollo de Atenas como uno de los poderes principales en el mundo mediterráneo. Tras rechazar los griegos la invasión persa en el año 480 a. C., Atenas lideró la coalición de polis (ciudades estado) griegas que continuaron las guerras médicas conocida como la Liga de Delos, atacando territorios persas en el Egeo y Jonia. Lo que siguió fue un período al cual se ha denominado Pentecontecia (nombre dado por Tucídides), en el cual Atenas fue conocida más ampliamente por la historiografía griega con el de Imperio ateniense,5 impulsando una guerra agresiva contra el Imperio aqueménida. Para mediados del siglo, los medos habían sido expulsados del Egeo y obligados a ceder el control de una amplia cantidad de territorios a los atenienses. Al mismo tiempo, Atenas incrementó su poder. Durante el curso del siglo, varios de sus ex aliados indepedientes fueron reducidos al estatus de estados tributarios de la Liga de Delos; estos tributos fueron empleados para el mantenimiento de una poderosa flota y, luego de mitad de siglo, para financiar grandes programas de trabajos públicos en Atenas


A poco de instaurada la Pentecontecia, comenzaron a surgir fricciones entre Atenas y las polis peloponesias, incluida Esparta; tras la salida de los persas de Grecia, Esparta trató de evitar la reconstrucción de las murallas de Atenas (sin las murallas, los atenienses habrían estado indefensos ante un ataque por tierra y sujetos al control espartano), pero fueron rechazados.7 Según Tucídides, aunque Esparta no realizó ninguna acción en ese momento, «se sintieron ofendidos sin manifestarlo».8 Los incidentes motivados por la reconstrucción de las murallas de Atenas comenzaron a deteriorar sensiblemente las relaciones entre esta y Esparta.

En 465 a. C. volvieron a estallar conflictos entre las polis con el inicio de una revuelta ilota en Esparta. Los espartanos solicitaron ayuda a todos sus aliados, Atenas incluida, para sofocar la rebelión. Atenas envió un contingente considerable pero, al llegar, fueron enviados de regreso por los espartanos, mientras que los hombres de los demás aliados tuvieron permiso de quedarse. De acuerdo con Tucídides, los espartanos actuaron de tal manera por temor a que los atenienses cambiasen de bando y apoyaran a los ilotas; ofendidos, los atenienses repudiaron su alianza con Esparta.9 Cuando finalmente los rebeldes ilotas debieron rendirse y abandonar el país, los atenienses los establecieron en una ciudad estratégica, Naupacto, en el golfo de Corinto

En 459 a. C., Atenas se aprovechó de una guerra entre la ciudad vecina de Megara y Corinto, ambas aliadas de Esparta, para sellar una alianza con Megara, obteniendo así un asidero fundamental en el istmo de Corinto. A continuación ocurrió un conflicto de quince años, conocido comúnmente como la Primera Guerra del Peloponeso, en el cual Atenas luchó con intermitencia contra Esparta, Corinto, Egina y otros estados griegos. Durante un tiempo en medio de este conflicto, Atenas controló no sólo a Megara, sino también a Beocia; sin embargo, cuando este terminó, y afrontando una invasión masiva de Esparta sobre el Ática, los atenienses cedieron los territorios que habían ganado en la Grecia continental, y tanto Atenas como Esparta reconocieron los derechos uno del otro a controlar sus respectivos sistemas de alianzas.11 Oficialmente, la guerra finalizó con la Paz de los Treinta Años, firmada durante el invierno de 446/445 a. C.

Catalizadores de la guerra

Dos acontecimientos condujeron a la reanudación de la guerra que rompía la Paz de los Treinta Años firmada en 446/445 a. C.:

    La guerra entre Corinto y Corcira
    y la defección de Potidea, colonia de Atenas.

Dos hechos trascendentales fueron los detonantes de la conflagración:

    el decreto ateniense contra Megara, descrito más abajo.
    y el mencionado crecimiento extraordinario del poder de Atenas.

Guerra entre Corinto y Corcira

En el 435 a. C., Corcira y Corinto rompieron hostilidades. Corinto, con colonias en el Adriático, intervino en la stasis (guerra civil) entre demócratas y oligarcas de su colonia de Epidamno y envió clerucos (colonos) y una guarnición. Los oligarcas pidieron ayuda a Corcira, antigua colonia de Corinto, y aquella asedió por mar a la ciudad de Epidamno con 40 barcos y la cercaron por tierra los exiliados de esta ciudad y sus aliados ilirios. Los corintios enviaron una expedición formada por naves y contingentes peloponesios y jonios aliados de algunos miembros de la Liga del Peloponeso, como los tebanos. Los corcireos fueron a Corinto y solicitaron el arbitraje de la Liga del Peloponeso y del oráculo de Delfos. Como los corintios se opusieron, se entabló una batalla naval frente al promontorio de Leucimna, en Corcira, en la que vencieron los corcireos, que expugnaron Epidamno, la cual firmó la capitulación.

Dos años después de su victoria naval, en 433 a. C., Corcira solicitó su inclusión en la Confederación de Delos, puesto que los corintios estaban preparando una gran flota para consumar su venganza.

Según Plutarco, los atenienses, a sugerencia de Pericles, les enviaron una flota de diez trirremes, una mínima escuadra disuasoria, bajo el mando de Lacedemonio (hijo de Cimón de Atenas), y posteriormente otro contingente de 20, con la orden expresa de no trabar combate con los corintios si estos no atacaban a la ciudad de Corcira.

En la batalla de las islas Síbota,18 se enfrentaron las flotas corcirea y corintia pero, antes de la inminente victoria de los corintios, estos divisaron una escuadra de veinte naves atenienses que se acercaban. Los corintios, que ignoraban cuál era o podría ser la magnitud de la flota ateniense, se retiraron.

Corcira concluyó un epimachía (alianza defensiva) con Atenas para no vulnerar las cláusulas de la Paz de los Treinta Años, que conllevó la presencia ateniense en los puertos de Corcira, impidiendo a Corinto frenar la expansión ateniense hacia Occidente.

Los intereses atenienses y corintios chocaron también en el norte del mar Egeo. Potidea, ciudad de Calcídica, miembro de la Confederación de Delos, mantenía relaciones con su metrópoli, Corinto, que seguía enviando a los epidemiurgos.

Atenas ordenó a Potidea derribar la muralla del lado del mar, que la separaba de la península de Palene, que entregasen rehenes y que no aceptase la presencia de los magistrados corintios.

Potidea contaba con el apoyo de Esparta y del rey macedonio Pérdicas II, por lo que se negó. Los espartanos les habían prometido invadir el Ática en el caso de que los atenienses atacasen Potidea. Ésta anunció su retirada de la alianza ateniense en el 432 a. C., y acogió dentro de sus murallas a un cuerpo expedicionario de corintios y peloponesios, comandados por Aristeo de Corinto, lo que casi supuso la ruptura del pacto del 446 a. C. por parte de los corintios, ya que la expedición estaba formada por voluntarios.

Atenas envió sus fuerzas a Tracia a principios del 432 a. C. contra Pérdicas al estallar la rebelión de Potidea. Según algunos historiadores que se basan en las listas de tributos del 432 a. C., es posible que Atenas, con vistas a la guerra con este rey, aumentara de 6 a 15 talentos el tributo (phoros) de Potidea.

La rebelión de Potidea había sorprendido al cuerpo expedicionario ateniense de 30 trirremes enviado contra Pérdicas y que resultaban insuficientes para asediar Potidea. Por ello, primero se apoderó de Terma, después sitió Pidna y obligó a los macedonios a firmar la paz con Atenas.

Poco después Atenas ordenó el ataque a Potidea y envió nuevas tropas mandadas por Calias y por Formión. No envió más contingentes en previsión de que Esparta cumpliera la promesa hecha a Potidea de invadir el Ática.20

El Decreto de Megara


En 447 a. C., después de la derrota de los atenienses, batidos por los beocios en Coronea, los megarenses se rebelaron. Con la ayuda de los corintios, sicionios y epidaurios masacraron la guarnición ateniense.21 Megara que se había unido a Atenas al separarse de la Liga del Peloponeso, cambió su alianza. En respuesta Atenas envió tropas para reconquistar Pegas.  La Ekklesía (Asamblea del pueblo ateniense) promulgó un decreto que les excluía de todos los puertos y fondeaderos del Imperio ateniense. Tales medidas afectaron gravemente a la economía de Megara, que pidió a Esparta y a la Liga del Peloponeso la guerra contra Atenas. Esta fue una de las causas que precipitaron el inicio de la guerra.

La ruptura de la paz

En 440 a. C., la Paz de los Treinta Años fue puesta a prueba cuando Samos, uno de los aliados más poderosos de Atenas, se rebeló contra la alianza. Los rebeldes se aseguraron rápidamente el apoyo de un sátrapa persa, y Atenas se encontró ante la necesidad de encarar revueltas a lo largo de su imperio. Los espartanos, cuya intervención hubiese desatado una guerra para determinar el destino del imperio, convocaron a sus aliados a un congreso para discutir la posibilidad de entrar en guerra con Atenas. No obstante, la decisión del congreso fue no intervenir; los atenienses aplastaron la revuelta y la paz se mantuvo.

La segunda prueba para la paz, y la causa inmediata de la guerra, llegó en la forma de varias acciones atenienses específicas que afectaron a los aliados de Esparta, principalmente a Corinto. Atenas había sido convencida de intervenir en una disputa entre Corinto y Corcira respecto de la guerra civil en Epidamnos y, en la batalla de Síbota, un pequeño contingente de trirremes atenienses jugaron un papel sumamente importante al evitar que la flota corintia capturase Corcira. Sin embargo, cabe notar que los atenienses habían recibido instrucciones indicándoles que no interviniesen en la batalla. La presencia de navíos de guerra de Atenas posicionados cerca del lugar donde tenía lugar la batalla fue suficiente para disuadir a los corintios de aprovechar su victoria, salvando así a la mayor parte de la derrotada flota corcirea. Después de eso, Atenas sitió Potidea, un aliado tributario de los atenienses y ex colonia de Corinto.

Ultrajados, los corintios comenzaron a presionar a Esparta para que tomara alguna medida en contra de Atenas. Mientras, Corinto ayudaba de manera no oficial a Potidea infiltrando grupos de soldados dentro de la ciudad sitiada para ayudar en su defensa. Estos acontecimientos fueron una violación directa al Tratado de los Treinta Años, que, entre otras cosas, había estipulado que las Ligas de Delos y del Peloponeso respetarían mutuamente sus autonomías y cuestiones internas.

Una nueva provocación surgió en la forma de un decreto ateniense (establecido en 433/2 a. C.) que imponía estrictas sanciones comerciales contra Megara (otra aliada de Esparta tras la Primera Guerra del Peloponeso). Las sanciones, conocidas en conjunto como el Decreto de Megara, fueron ignoradas mayormente por Tucídides, pero los historiadores económicos modernos han notado que prohibir a Megara comerciar con el próspero Imperio ateniense habría sido desastroso para Megara y, por lo tanto, consideran al decreto como una causa más de la guerra.

En medio de estos eventos, los espartanos llamaron a una reunión de la Liga del Peloponeso en Esparta en el año 432 a. C. Esta reunión recibió a representantes de Atenas al igual que a aquellos provenientes de las ciudades miembros de la Liga, y se convirtió en el escenario del debate entre atenienses y corintios. Tucídides informó que, hasta ese momento, los corintios habían condenado la inacción de los espartanos, advirtiéndolos de que, si seguían pasivos, pronto se hallarían rodeados de enemigos y sin ningún aliado.  Como respuesta, Atenas recordó a Esparta su historial de victorias militares contra Persia y la previno de los peligros de enfrentarse a un Estado tan poderoso. Imperturbable, la mayoría de la asamblea espartana votó que los atenienses habían roto la paz, declarando, en esencia, la guerra.

El historiador Simon Hornblower afirma que de la narración de Tucídides se desprende que la causa profunda de la guerra se gestó durante la Pentecontecia, los 50 años que mediaron entre el final de la Segunda Guerra Médica y el estallido de la Guerra del Peloponeso. Dice también que el relato tucidídeo de los acontecimientos de la década 445-435 a. C. «son tratados no como parte de esos cincuenta años, a los que pertenecen estrictamente hablando, sino como parte de la sucesión de hechos que fueron la causa inmediata de la guerra». Añade que Tucídides en el libro I.23.6, «desarrolla la primera teoría de la causalidad histórica»,  donde dice que:

    La causa más verdadera, aunque la que menos se manifiesta en las declaraciones, pienso que la constituye el hecho de que los atenienses, al hacerse poderosos e inspirar miedo a los lacedemonios, los obligaron a luchar. Pero las razones declaradas públicamente, por las cuales rompieron el tratado de la Paz de los Treinta Años y entraron en guerra, fueron las siguientes...

Esparta y sus aliados, excepto Corinto, eran dominios con base predominante en tierra, capaces de convocar a grandes ejércitos terrestres que eran prácticamente invencibles (gracias a las legendarias fuerzas espartanas). El Imperio ateniense, pese a tener base en la península del Ática, se extendía entre las islas del mar Egeo; los atenienses obtenían su riqueza del tributo que pagaban esas mismas islas. Atenas mantenía su imperio por medio de su poderío naval. Por este motivo ambos estados eran relativamente incapaces de plantar una batalla decisiva.

La estrategia espartana durante la primera guerra, a la que se denomina guerra arquidámica, por el rey Arquídamo II de Esparta, era invadir el territorio que rodeaba a Atenas. Pese a que esta invasión privó a Atenas del producto de las tierras circundantes, los atenienses conservaron su acceso al mar y no sufrieron mucho el asedio. Muchos de los pobladores del Ática abandonaron sus granjas y se trasladaron dentro de los Muros Largos que conectaban Atenas con su puerto de El Pireo. Los espartanos también ocuparon Ática durante períodos intermitentes de tres semanas; siguiendo la tradición del sistema hoplítico, los soldados esperaban regresar a sus casas para participar en la cosecha. Además, era necesario mantener el control sobre los esclavos espartanos, conocidos como ilotas, quienes no podían quedar sin supervisión por períodos prolongados. La invasión espartana más extensa, en 430 a. C., duró apenas cuarenta días.

Inicialmente, la estrategia ateniense la fijaba el strategos, o general, Pericles, quien aconsejaba a los atenienses evitar la batalla en terreno abierto contra los numerosos y bien entrenados hoplitas, y depender de su flota. La marina de guerra ateniense, la de mayor predominio en toda Grecia, asumió la ofensiva, consiguiendo una victoria en la batalla de Naupacto. Sin embargo, en 430 a. C. una plaga golpeó a Atenas. La plaga arrasó la población de la ciudad y, a largo plazo, fue una de las causas principales de su derrota final. La plaga mató, antes de que se extinguiera en el año 427 a. C., a más de 4000 hoplitas, 300 soldados de caballería y un número indeterminado de ciudadanos de las clases bajas y de marineros, quizás un tercio de la población de Atenas, incluidos Pericles y sus hijos.31 En consecuencia, la cantidad de soldados se vio reducida drásticamente, e incluso los mercenarios extranjeros se negaban a ser contratados por una ciudad asolada por la plaga. El temor era tal que la invasión espartana a Ática fue abandonada, puesto que las tropas no deseaban arriesgarse a contraer la enfermedad.

Tras la muerte de Pericles, los atenienses abandonaron en cierto modo su estrategia conservadora y defensiva, adoptando una más agresiva y llevando la guerra a Esparta y a sus aliados. Cleón, líder de la facción más militarista dentro de la democracia ateniense, adquiría cada vez mayor importancia. Dirigidos militarmente por un astuto nuevo general, Demóstenes (quien no debe ser confundido con el orador ateniense), los soldados atenienses lograron algunos triunfos mientras continuaban con sus ataques navales sobre el Peloponeso. Atenas extendió su actividad militar a Beocia y Etolia, y comenzó a fortificar sus bases militares alrededor del Peloponeso. Una de ellas se encontraba cerca de Pilos en una pequeña isla llamada Esfacteria, que en el curso de la primera guerra se posicionó a favor de Atenas. La base, establecida en las afueras de Pilos, golpeó a Esparta en su punto más débil: su dependencia de los ilotas. Esparta era dependiente de una clase de esclavos, conocidos como ilotas, para que se encargaran de las plantaciones mientras los ciudadanos se entrenaban para convertirse en soldados. Los ilotas hacían posible el sistema espartano, pero ahora la base ateniense en Esfacteria estaba atrayendo a los ilotas fugitivos. Además, el temor de una revuelta general de ilotas acicateados por la presencia ateniense hizo que los espartanos entraran en acción. Demóstenes, sin embargo, realizó una contramaniobra y atrapó a un grupo de soldados espartanos en Esfacteria, esperando que se rindieran, pero semanas más tarde, aún era incapaz de acabar con ellos. Después de jactarse de que él podría poner fin a los asuntos en la Asamblea, el inexperto Cleón logró una gran victoria en la batalla de Pilos y la sucesiva batalla de Esfacteria en 425 a. C. Los atenienses capturaron entre 300 y 400 hoplitas espartiatas; los prisioneros fueron utilizados por Atenas como elementos de negociación.

Posteriormente a la batalla, Brásidas, uno de los generales espartanos, reunió un ejército de aliados e ilotas y se dirigió hacia una de las fuentes del poderío de Atenas: la colonia de Anfípolis, que controlaba a un gran número de minas de plata cercanas, que Atenas empleaba para financiar la guerra. Cabe destacar que en esta época el historiador Tucídides ostentaba el cargo de general ateniense y que fue exiliado por su fracaso, al impedir que Brásidas conquistase Anfípolis. Tucídides llegó demasiado tarde para reforzar las tropas que defendían la ciudad, hecho que llevó a que lo culparan de su caída. En batallas posteriores, tanto Brásidas como Cleón fueron muertos (véase batalla de Anfípolis). Esparta y Atenas acordaron cambiar a los prisioneros por las ciudades capturadas por Brásidas, y firmaron una tregua.

Paz de Nicias


Tras la muerte de Cleón y Brásidas, fervientes guerreros de ambas naciones, la Paz de Nicias duró alrededor de seis años. No obstante, esta fue una época de escaramuzas constantes en el interior y en las inmediaciones del Peloponeso. Mientras los espartanos se contuvieron de entrar en acción, algunos de sus aliados comenzaron a hablar de revolución. Estas ideas eran apoyadas por Argos, un poderoso Estado del Peloponeso que había permanecido independiente de Lacedemonia. Con la ayuda de los atenienses, los argivos tuvieron éxito forjando una coalición de estados democráticos en el Peloponeso que incluía a estados importantes como Mantinea y Elis. Los primeros intentos de Esparta por quebrar la coalición fracasaron, y comenzó a cuestionarse el liderazgo del rey de Esparta, Agis II. Envalentonados, los argivos y sus aliados, con el apoyo de un pequeño ejército ateniense al mando de Alcibíades, se pusieron en marcha para tomar la ciudad de Tegea, cercana a Esparta.

La batalla de Mantinea (418 a. C.) fue la mayor batalla librada dentro del territorio griego durante la guerra del Peloponeso. Los lacedemonios, junto con sus vecinos tegeatas, se enfrentaron al ejército combinado de Argos, Atenas, Mantinea y Arcadia. En la batalla, la coalición aliada logró varias victorias iniciales, pero fracasó en capitalizarlas; esto permitió que las fuerzas de élite espartanas derrotaran a la coalición. El resultado fue una victoria total para Esparta, que rescató a su ciudad del borde de la derrota estratégica. La alianza democrática se fracturó y muchos de sus miembros regresaron a la Liga del Peloponeso. Mediante su victoria en Mantinea, Esparta consiguió recuperarse de una mala situación y restablecer su hegemonía a lo largo del Peloponeso.

La expedición a Sicilia


En el decimoséptimo año de la guerra (415-414 a. C.), llegó la noticia a Atenas de que uno de sus aliados más lejanos en Sicilia, Segesta había entrado en guerra con Selinunte, entre otras cosas, por disputas fronterizas. Los selinuntios invocaron la alianza común con Siracusa, ciudad que atacó a Segesta por tierra y mar. Segesta, recordó a Atenas la alianza de esta última con la ciudad de Leontino, existente desde la primera expedición ateniense a Sicilia en 427 a. C., bajo el mando del estratego ateniense Laques. El pueblo de Siracusa era étnicamente dorio (al igual que los espartanos), mientras que los atenienses y sus aliados en Sicilia eran jonios. Atenas sintió la obligación de ayudar a sus aliados, sobre todo por el temor, manifestado y no infundado, de los habitantes de Segesta, de que Siracusa podría aniquilar a todos los aliados que aún les quedaban a los atenienses y segestanos en tierras sicilianas, y de que los siracusanios pudieran prestar ayuda militar a las demás polis dorias de la isla y, por tanto, menoscabar el poderío de Atenas. Segesta prometió sufragar los gastos que ocasionaría la guerra. Como primera medida, la asamblea ateniense decretó, tras oír a los embajadores de Segesta, enviar una delegación a la ciudad aliada para averiguar de cuánto dinero disponía en realidad, e informarse de la situación de la guerra contra Selinunte.

Los atenienses no actuaron únicamente desde una visión altruista: respaldados por Alcibíades, el líder de la expedición, soñaban con la conquista de toda Sicilia. Siracusa, la ciudad principal de Sicilia, no era mucho más pequeña que Atenas, y conquistar Sicilia habría llevado a Atenas una inmensa cantidad de recursos. Durante los últimos estadios de las preparaciones, personas desconocidas mutilaron las hermai (estatuas religiosas) de Atenas, y Alcibíades fue acusado de crímenes religiosos (Cf. Hermocópidas). Alcibíades exigió que lo enjuiciaran de inmediato para poder defenderse antes de la expedición. Los atenienses sin embargo le permitieron que partiera en la expedición sin ser enjuiciado (muchos creyeron que la razón fue prepararse mejor en su contra). Tras llegar a Sicilia, Alcibíades fue llamado de regreso a Atenas para el juicio. Temeroso de que lo condenaran injustamente, Alcibíades se pasó al bando de Esparta y Nicias quedó al mando. Luego de su traición, Alcibíades informó a los espartanos de que Atenas planeaba utilizar Sicilia como trampolín para la conquista de Italia, y emplear los recursos y soldados obtenidos con esas nuevas futuras conquistas para dominar todo el Peloponeso.

Las fuerzas atenienses consistían en más 100 trirremes y 5000 hombres entre infantería y tropas ligeras. La caballería se limitaba a unos 30 caballos, lo cuales demostraron no estar a la altura de la mayor y mejor entrenada caballería siracusana. Con su llegada a Sicilia, varias ciudades se unieron en el acto a la causa ateniense. Nicias pospuso el ataque en lugar de efectuarlo de inmediato, y así la campaña terminó el año 415 a. C. con poco daño para Siracusa. El invierno se aproximaba y los atenienses debieron retirarse a sus cuarteles, pasando la dura estación reuniendo aliados y preparándose para destruir Siracusa. El retraso permitió a los siracusanos solicitar la ayuda de Esparta, quien envió al general Gilipo a Sicilia con refuerzos. Una vez en Italia, Gilipo montó un ejército formado por varias ciudades sicilianas y acudió al rescate de Siracusa. Después de tomar el mando de las tropas siracusanas, y tras una serie de batallas, el espartano derrotó a las fuerzas atenienses, evitando que invadieran la ciudad.

Nicias solicitó a Atenas refuerzos, siendo enviado Demóstenes con una nueva flota para unir sus fuerzas con las de Nicias. Se sucedieron más batallas y los siracusanos y sus aliados volvieron a derrotar a los atenienses. Demóstenes abogaba por una retirada a Atenas, pero al pricipio Nicias se negó. Tras nuevos reveses, Nicias estuvo de acuerdo en la retirada hasta que ésta fue demorada por un mal augurio (un eclipse lunar). El retraso forzó a los atenienses a una batalla en el puerto de Siracusa. Los atenienses fueron completamente derrotados y Nicias y Demóstenes condujeron al resto de sus fuerzas tierra adentro en busca de aliados. La caballería siracusana los atacó sin piedad, matando o esclavizando a quienes quedaban de la poderosa flota ateniense.

Los lacedemonios no se limitaron simplemente a enviar ayuda a Sicilia; también resolvieron llevar la guerra a territorio ateniense. Con el consejo de Alcibíades, fortificaron Decelia, cerca de Atenas, y evitaron que los atenienses pudieran utilizar sus tierras durante todo el año. La fortificación de Decelia impidió el envío de suministros a Atenas por tierra, obligando a que fueran transportados por mar con un coste mayor. Lo peor de todo quizá fuera que el trabajo en las minas de plata cercanas fue completamente interrumpido, ya que unos 20.000 esclavos atenienses fueron liberados por los hoplitas espartanos en Decelia. Con los 1000 talentos del tesoro y reservas de emergencia diluyéndose, los atenienses tuvieron que demandar mayores tributos a sus aliados, aumentando aún más la tensión y la amenaza de otra rebelión dentro del Imperio.

Los corintios, los espartanos y otros miembros de la Liga del Peloponeso enviaron más refuerzos a Siracusa, esperando rechazar a los atenienses; pero en lugar de retirarse, estos mandaron otras cien naves y 5000 hombres a Sicilia. Bajo las órdenes de Gilipo, los siracusanos y sus aliados consiguieron derrotar totalmente a los atenienses en tierra; además, Gilipo alentó a los siracusanos a construir una armada, la cual logró vencer a la flota ateniense cuando intentaban la retirada. El ejército de Atenas, buscando escapar por tierra a otras ciudades más amistosas de Sicilia, fue dividido y derrotado; los soldados del ejército ateniense fueron vendidos como esclavos y toda la flota fue destruida.

Tras la victoria sobre los atenienses en Sicilia, todos creían que el fin de su Imperio estaba próximo. Su tesoro casi se había agotado, sus astilleros estaban vacíos y sus jóvenes muertos o prisioneros en territorio extranjero. Sin embargo, la fuerza del Imperio ateniense fue subestimada, aunque ciertamente el comienzo del fin estaba cerca.

Atenas se recupera

Después de que la fuerza expedicionaria ateniense fuera destruida, Lacedemonia fomentó la revuelta por parte de los aliados tributarios de Atenas, y gran parte de Jonia se levantó contra los atenienses. Los siracusanos pusieron su flota a disposición de los peloponesios, y los persas decidieron apoyar a los espartanos mediante dinero y barcos. Las revueltas y las diversas facciones amenazaban a la mismísima Atenas.

Los atenienses lograron sobrevivir por varias razones: Corinto y Siracusa tardaron en trasladar sus flotas al Egeo, y los demás aliados de Esparta también se retrasaron aprovisionando sus tropas y barcos. Los estados jonios que se rebelaron esperaban recibir protección, por lo que muchos regresaron al bando ateniense. Incluso los persas se demoraron en proveer los fondos y naves que habían prometido, frustrando los planes de batalla.

En el momento en que comenzó la guerra, los atenienses habían ahorrado un poco de dinero y tenían 100 navíos para ser empleados como último recurso. Una vez que zarparon, esas naves se convirtieron en el centro de la flota ateniense durante el resto de la guerra. En Atenas tuvo lugar una revolución oligárquica donde un grupo de 400 personas tomaron el poder. La paz con Esparta habría sido posible, pero la flota de Atenas, ahora con base en la isla de Samos, se negó a aceptar los cambios políticos. En 411 a. C., esta misma flota se enfrentó a los espartanos en la batalla de Sime. La flota designó a Alcibíades como su líder y continuó la guerra en nombre de Atenas. Su oposición llevó a que se restituyera el gobierno democrático a los dos años.

Alcibíades, pese a ser repudiado por traidor, aún tenía peso dentro de Atenas. Evitó que la flota ateniense atacase su metrópoli, ayudando a restaurar la democracia por medios de presión más sutiles. También convenció a la flota de Atenas de atacar a los espartanos en la batalla de Cícico (410 a. C.). Durante esta batalla, los atenienses aniquilaron a la flota espartana y lograron restablecer la base financiera de su Imperio.

Entre 410 y 406 a. C., Atenas obtuvo varias victorias continuas y recuperó una buena parte de su Imperio. En gran parte, todo esto se debió a Alcibíades.

A continuación de una victoria menor de Esparta por parte del hábil general Lisandro en la batalla naval de Notio en 406 a. C., Alcibíades no fue reelegido general de los atenienses y se autoimpuso el exilio de la ciudad. Atenas resultó victoriosa en la batalla naval de Arginusas, donde la flota espartana comandada por Calicrátidas perdió 70 navíos y 25 los atenienses. Sin embargo, debido a las pésimas condiciones climáticas, los atenienses no pudieron rescatar a las tripulaciones varadas ni acabar con la flota espartana. Pese a la victoria, estos fracasos fueron causa de indignación en Atenas y desencadenaron un polémico juicio. El proceso judicial acabó con la ejecución de seis de los mejores comandantes navales de Atenas. Ahora la supremacía marítima ateniense podía ser desafiada debido a la pérdida de sus líderes más capaces y la baja moral de los tripulantes.

A diferencia de algunos de sus predecesores, Lisandro, el nuevo navarco (almirante) espartano, no era miembro de la familia real de Esparta y era formidable en cuanto a estrategias navales; era un hábil diplomático que incluso había cultivado una buena relación personal con el príncipe persa Ciro el Joven, hijo de Darío II. Aprovechando la oportunidad, la flota espartana partió de inmediato hacia el Helesponto, la fuente de suministro de cereales de Atenas. Bajo la amenaza de la hambruna, la flota ateniense no tuvo otra opción que enfrentarse a los espartanos. Por medio de una astuta estrategia, Lisandro derrotó completamente a la flota ateniense en 405 a. C., en la batalla de Egospótamos, destruyendo 168 navíos y capturando entre 300 y 400 marineros atenienses. Sólo 12 barcos atenienses escaparon, y varios de estos navegaron hacia Chipre, llevando al strategos Conón, quien deseaba evitar el juicio de la Asamblea.

Debido al hambre y las enfermedades causadas por un asedio prolongado, Atenas se rindió en 404 a. C. y sus aliados hicieron lo mismo al poco tiempo. Los demócratas de Samos, leales hasta el final, continuaron resistiendo y se les permitió huir para salvar sus vidas. Las condiciones de la rendición privaron a Atenas de sus muros, su flota y todas sus posesiones de ultramar. Corinto y Tebas exigieron la destrucción de Atenas y la esclavitud para todos sus ciudadanos. Sin embargo, los espartanos anunciaron su rechazo a destruir una ciudad que había prestado servicio a Grecia en tiempos de gran necesidad; Esparta incorporó a Atenas a su propio sistema político; ahora tendría «los mismos amigos y enemigos» que Esparta.

Los victoriosos espartanos fueron clementes con Atenas, pese a la oposición de Corinto y Tebas.
Consecuencias

Durante un corto periodo, Atenas fue gobernada por los "Treinta Tiranos", suspendiéndose el régimen democrático. Este nuevo gobierno reaccionario fue establecido por Esparta. En 403 a. C., Trasíbulo derribó a los oligarcas y restauró la democracia.

Pese a que el poderío ateniense estaba fracturado, la guerra de Corinto supuso una pequeña mejoría y Atenas siguió teniendo un papel activo en la política griega. A su vez, Esparta fue derrotada por Tebas en la batalla de Leuctra en 371 a. C., pero la conquista de Grecia por parte de Filipo II de Macedonia puso fin a todo unos años más tarde.

La guerra del Peloponeso continúa fascinando a las generaciones posteriores debido al modo en que hundió al mundo griego y porque la democracia ateniense cayó ante una Esparta mucho más militarizada. Además, la visión que da Tucídides sobre las motivaciones de los contendientes es mucho más profunda con respecto a cualquier otra guerra de la antigüedad.


Progresivamente, Atenas intervino en los asuntos internos de las polis sometidas o aliadas; así, ciertos casos criminales debían ser juzgados en Atenas por tribunales atenienses aunque se hubieran cometido en una de las polis aliadas.

La gran concentración humana dentro de las murallas de Atenas constituyó un público excelente para la difusión de panfletos, «cuyo único ejemplar completo que se ha preservado es el Viejo Oligarca».

Tucídides relata lo que supuso para Atenas tener que evacuar, aunque no enteramente, el Ática.35 Para muchos habitantes de los demos rurales, y para los agricultores y ganaderos que vivían en Atenas, la guerra supuso un cambio radical en su modo de vida.

En el campo de las artes, después de la victoria en la Batalla de Esfacteria (425 a. C.) y la Paz de Nicias, en Atenas se reanudó la construcción del Templo de Atenea Niké (425-420 a. C.). Debido a la guerra, los escultores Fidias y Policleto emigraron a Olimpia y Argos, respectivamente.

Cleón de Halicarnaso, en un tratado que escribió, aconsejaba a Lisandro la forma de reformar la realeza en Esparta, basada en el talento: «la realeza no es más que una profesión como las otras».

Se escribieron un gran número de obras técnicas: los tratados médicos hipocráticos, el primer libro de urbanismo escrito por Hipódamo de Mileto,39 Damón y Glauco de Regio escribieron tratados de música, Sófocles escribió una monografía sobre el coro, el escultor Policleto y el pintor Parrasio teorizaron sobre su técnica.

El ámbito donde se aprecia más diferencia entre los periodos anterior y posterior a la guerra, es quizá el de la teoría y la práctica militares. El siglo V a. C. es la época del ciudadano hoplita: Demóstenes señala el contraste con su época:

    Me dicen que en la guerra del Peloponeso los espartanos y todos los demás luchaban durante cuatro o cinco meses en el verano; invadían, asolaban la campiña con un ejército de ciudadanos hoplitas y regresaban a casa. Pero ahora Filipo encabeza un ejército no sólo de hoplitas, sino de tropas de infantería ligera, caballería, arqueros, mercenarios, y sus campañas duran todo el verano y todo el invierno.

    Demóstenes, Tercera Filípica 343.

El profesionalismo en la Guerra del Peloponeso surgió debido a los prolongados periodos que los ejércitos permanecían alejados de su patria, (de la misma manera que Cayo Mario consiguió lo mismo como resultado de las largas guerras disputadas en Hispania en el siglo II a. C.); si bien es cierto que ya los asirios habían contado con un ejército profesional.41 Los generales tenían que idear nuevos métodos de combate. Uno o dos años de guerra procuraron más cambios de los que se habían visto en toda la Pentecontecia: Formión combatió con sus tripulantes muy bien preparados en mar abierto, cuando en la Batalla de Síbotas, la lucha se libraba desde cerca, parecida a una batalla terrestre (pezomachia), dado la ausencia de maniobras tácticas, como en la Batalla de Salamina.

Los largos periodos alejados de la ciudad incrementaron el profesionalismo. La Anábasis de Jenofonte abunda en ejemplos:

    Tisafernes se asesoró con un griego de Zacinto consejero militar especializado.
    Al final de la Expedición de los Diez Mil, Cerétadas de Tebas preguntó en Bizancio «si alguna ciudad o tribu necesita un general».
    Los sofistas ofrecían la táctica como parte de su programa de estudios. Platón y Jenofonte se hicieron eco de la pretensión de aquéllos de educar en cuestiones militares.
    Platón hace un estudio sobre el valor en su obra Laques, aparecida poco después de la Batalla de Delio (424 a. C.) En ella desdeña la hoplomachia (lucha con armas de los hoplitas) y ensalza al hombre valeroso que permanece en la línea, que resiste al enemigo y rehúsa huir. A los hoplitas espartanos los califica Jenofonte de maestros de la guerra. Asimismo, el escritor ateniense acota el cambio producido del militar aficionado al profesional en sus tratados De la equitación, el Jefe de la Caballería, y en menor medida en la Ciropedia (amplio análisis sobre el liderazgo). El predecesor de Jenofonte en este género fue un tal Simón Hípico, quien, a pesar de que lo despreciaba, fue una inspiración para él.
    La Poliorcética de Eneas el Táctico (años 350 a. C.) es un tratado militar extenso, «la primera recopilación de estratagemas».
    Varios son los motivos por los que la ciencia bélica, y, en concreto las cualidades del mando, no se desarrollaron antes del siglo IV a. C.:
        la escasez de manuales al respecto.
        la limitación de los poderes del general.
        los ciudadanos hoplitas priorizaban mantener la formación y la defensa de su territorio, lo que retenía parte de los efectivos disponibles e impedía la constitución de fuerzas de reserva, cuya importancia para un general fue patente a finales del siglo V y principios del IV a. C., como por ejemplo en las luchas entre siciliotas y cartagineses. y que abundan en las guerras de Alejandro Magno, y a las que un general podía recurrir para lanzarlas en el momento crítico de una batalla. Según Hornblower la revolucionaria falange con una columna de 50 soldados de profundidad, que desplegó el general tebano Epaminondas en la Batalla de Leuctra (371 a. C.) fue gracias a la reserva estratégica con la que contaba.
        Un general debía mandar «desde delante» una batalla, por lo que poco podía hacer para dirigirla en lo más reñido de la refriega.
        El carácter político de su nombramiento por una polis, que no quería dejar el mando a un solo hombre. En Esparta los reyes tenían que dar cuentas en caso de mala conducta en el campo de batalla.51 52 Los generales atenienses podía ser depuesto, eran diez y su cargo era anual.

Característico de esta guerra fue la utilización de mercenarios, los profesionales por excelencia. El empleo clásico tardío difería del arcaico:

    en la época arcaica su procedencia era de zonas empobrecidas como Creta, Arcadia, Caria; y era una alternativa a la colonización.
    En Persia, en los inicios de la Guerra del Peloponeso (Guerra arquidámica), Pisutnes disponía de un contingente mercenario,53 Tisafernes y Farnabazo II tuvieron a sus órdenes mercenarios.54
    en el siglo IV a. C. los mercenarios son también de otras polis de la Antigua Grecia afectadas por los problemas económicos. Un estudio ha demostrado el alto porcentaje de oficiales atenienses y espartanos frente al de arcadios y aqueos en la Expedición de los Diez Mil (401 a. C.-399 a. C.)

La evolución de las unidades militares y de las armaduras, más ligeras, se inicia también en la Guerra del Peloponeso:

    Ifícrates utilizó peltastas armados con escudos ligeros (peltas) y calzados con botas ligeras, que tomaron su nombre: «ificrátidas».
    el strategos ateniense, Trasíbulo pertrechó a 5000 marinos como peltastas.
    Los peltastas atenienses, ayudados por hoplitas, aniquilaron un regimiento de 600 espartanos en Lequeo (391 a. C.), gracias a la combinación de armas pesadas y ligeras.

Para lograr una interpretación cabal de Sócrates, no basta sólo con analizar su método de enseñanza (mayéutica) o descubrirlo como el artífice de los conceptos o el razonamiento inductivo. Debemos entender aspectos esenciales de su historia ya que, en Sócrates, vida y obra, pensamiento y acción, representan una unidad.

Para comprender la misión de Sócrates, primero debemos repasar el itinerario que el maestro siguió hasta descubrir el secreto de su sabiduría, su docta ignorancia: yo sólo sé que no sé nada.

El mensaje del oráculo ("el hombre más sabio de Atenas es Sócrates") y la voz de su demonio personal (daimon) convirtieron al profesor en un examinador de conciencias, un estudioso del hombre y, sobre todo, un maestro desinteresado. Un partero del conocimiento. Sócrates, así, nos lega un mensaje: conócete a ti mismo. Conócete a ti mismo para conocer la misma esencia de lo bueno y de lo justo. Conoce la naturaleza de lo bueno y lo justo y serás un hombre bueno y justo.

El conocimiento es virtud (areté). La ignorancia es maldad.

Esta prédica se encuentra ligada a los avatares de su vida. Su ética no se trató de una colección de pensamientos (teoría), sino la práctica y el resultado de una existencia enteramente dedicada a la enseñanza y a la búsqueda de los universales (esencia). Hablamos de la naturaleza de la virtud, la justicia y el bien.

A pesor de ello, tal vez, un hombre así, un hombre que intercepta a los ciudadanos y les pregunta por sus supuestos saberes; un hombre que se aparta de la política (el alimento más preciado de los atenienses) y critica a la democracia por no preparar a sus ciudadanos lo suficiente y necesario; un hombre así, tal vez, pueda tener más de un problema en su comunidad.

Más en Atenas. Atenas no sólo fue una ciudad de grandes hombres, templos e intensa vida política, sino también la tierra que consumió a esos grandes hombres en acusaciones y los juzgó sin piedad. Para los atenienses, los héroes no se llamaban Pericles o Fidias, Eurípides o Sócrates - estos simples seres de carne y hueso - los héroes atenienses eran Teseo, el sabio Solón, Edipo, Prometeo y las figuras sobrenaturales de la mitología.

¿Podía llamarse héroe Sócrates? ¿Y al jónico ateo de Anaxágoras, que estudia el sistema solar y niega la existencia de Apolo? ¿Se lo puede considerar un héroe como al divino Teseo?

No. Atenas no era complaciente con sus ciudadanos.

Los ejemplos son elocuentes: Fidias murió en una cárcel, Anaxágoras en el exilio. Esquilo apenas si recibió algunos premios por sus equivocadas tragedias y vivió una vida de incomprensión y aislamiento.

La ciudad, cuna de genios, también fue su propio cementerio.

Así como la democracia griega, en su grandeza imperial, incubó su germen de destrucción y - en sus grandes hombres - vio a sus más grandes enemigos.

En el 399, Sócrates es llevado a juicio y sentenciado a muerte.

SITUACIÓN HISTÓRICA DEL JUICIO

Atenas acababa de terminar las nefastas guerras del Peloponeso.

La guerra del Peloponeso (431–404 a. C.) fue el conflicto militar que enfrentó a la Liga de Delos (conducida por la propia Atenas) con la Liga del Peloponeso (conducida por Esparta), con el resultante triunfo espartano.

La guerra del Peloponeso cambió el mapa de la Antigua Grecia. A nivel internacional, Atenas, la principal ciudad antes de la guerra, fue reducida prácticamente a un estado de sometimiento, mientras Esparta se establecía como el mayor poder de Grecia. El costo económico de la guerra se sintió en toda Grecia. Un estado de pobreza se extendió por el Peloponeso, mientras que Atenas se encontró a sí misma completamente devastada y jamás pudo recuperar su antigua prosperidad. La guerra también acarreó cambios más sutiles dentro de la sociedad griega; el conflicto entre la democracia ateniense y la oligarquía espartana - cada una de las cuales apoyaba a facciones políticas amigas dentro de otros estados - transformó a las guerras civiles en algo común en el mundo griego.

Las consecuencias fueron la tiranía de los Treinta Tiranos y corrupción del ámbito político. Y aún más: como sucedía en los argumentos de sus tragedias, Atenas sufrió terribles pestes (magistralmente descriptas por el historiador griego Tucídides) y se sumió en una ruina que propiciaría la no muy lejana conquista de Filipo de Macedonia.

Atenas, no obstante, recuperó su democracia a fines del siglo quinto. Pero ya nada volvería a ser como antes.




La corrupción y los enfrentamientos civiles entre oligarcas y demócratas sólo prolongó la agonía. Hablamos del período de los oradores del Ática, de la proliferación exagerada de juicios y hostigamiento a los supuestos ciudadanos colaboracionistas o, simplemente, a los ciudadanos molestos. Como Sócrates.

Las guerras griegas, mientras tanto, que originariamente fueron una forma de conflicto limitado y formal, se convirtieron en luchas sin cuartel entre ciudades estado que incluían atrocidades a gran escala. La guerra del Peloponeso, que destrozó tabúes religiosos y culturales, devastó extensos territorios y destruyó a ciudades enteras, marcando el dramático final del dorado siglo quinto de Grecia y dando el marco para el juicio a Sócrates.

EL JUICIO

Una  de las características fundamentales de la justicia ateniense era que siempre debía ser rogada. Si determinado hecho, por muy grave que fuera, no era denunciado, no se juzgaba. No existía, por tanto, la posibilidad de que se impartiera de oficio si no había una denuncia previa por parte del perjudicado o de su representante. Por tanto, ¿quién denunció a Sócrates? Se admitía que si el daño objeto de la denuncia no afectaba a la esfera privada (díckai) sino al interés general (grafaí), se pudiera interponer por cualquier ciudadano que lo deseara (ho boulomenos) al considerarse que afectaba a todos.

Sócrates fue denunciado por tres ciudadanos: Meleto, Anito y Licón. Pero ellos no fueron más que los portavoces de una tendencia social generalizada que consideraba a Sócrates molesto. En los escritos de Platón existen referencias a una extendida infamia sobre su maestro, el cual llega a manifestar: "Si se me condena no será por la acusación de Meleto y Anito, sino por las calumnias de la gente". Siempre se le había reprochado que osara investigar tanto sobre las cuestiones de arriba (las celestiales), como sobre las de abajo (las terrenales); de tener el poder de manipular los argumentos de los vencidos haciéndoles parecer como vencedores, y de la enseñanza de esta práctica poco ética a sus alumnos. Es curiosa y significativa la referencia alusiva a que entre los acusadores antiguos -los que extendían falsos rumores sobre su persona- hay "un cierto autor de comedias". No es otro que el famoso Aristófanes, pues Sócrates aparece ridiculizado en varias obras suyas como "Las nubes", "Las aves" y "Las ranas". Sin ahondar en más detalles se puede resumir el núcleo acusatorio en dos motivos fundamentales: la impiedad hacia los dioses y corromper a la juventud con sus enseñanzas.

La audiencia comenzaba con una señal del juez-arconte y se procedía de inmediato a cerrar la puerta. El secretario, funcionario público, leía el acta de acusación y una respuesta escrita que presentaba la defensa. A continuación el juez-arconte concedía primero la palabra al demandante y luego al demandado. Aunque las partes podían interpelarse entre sí e incluso preguntar a testigos, los tiempos de las intervenciones eran limitados. La denominada clepsidra era un reloj de agua, un recipiente que se llenaba con unos 39 litros (cuarenta minutos) dependiendo de la gravedad de la materia a enjuiciar. Por un caño iba saliendo el líquido hasta que se agotaba quedando de esta forma regulado el tiempo.

Terminadas las intervenciones de las partes, el jurado votaba la culpabilidad o la inocencia colocando una ficha en unas urnas dispuestas en el centro. El recuento se efectuaba por mayoría simple, y su resultado podía provocar lo que consideramos como el primer antecedente histórico de la actual condena en costas, ya que para evitar denuncias falsas por la incomodidad que suponía celebrar muchos juicios, en caso de que se produjera la absolución del acusado con un recuento menor del cinco por cien de los votos de culpa, se condenaba al denunciante al pago de una multa o incluso a la pérdida de los derechos de ciudadano (atimia).

La aproximación se impone necesariamente a la certeza cuando se intentan desentrañar las profundas razones que llevaron a Sócrates, en contra de los consejos de sus amigos, a no defenderse de una forma adecuada frente a una acusación que le iba a conducir a la muerte. No existe ningún documento escrito por el propio filósofo. Las dos fuentes fundamentales que narran lo acaecido se encuentran en la obra de Platón y Jenofonte.

Ambos difieren en las razones que tuvo Sócrates para no oponerse a su condena. Así, Platón en el "Fedón" se centra en la idea de que a Sócrates no le importa morir puesto que el alma preexiste al cuerpo y es inmortal. La vida y la muerte se suceden engendrándose la una a la otra como el placer y el dolor, la noche y el día… Pero creo que no se debe caer en el error de interpretar los "Diálogos" de Platón desde la óptica de una pretendida vocación histórica limitada a ceñirse al mero relato de unos hechos, sino que el maestro es utilizado por su discípulo como actor para exponer unas ideas que pueden ser tanto propias como compartidas. Platón era uno de sus discípulos más jóvenes. La muerte de Sócrates cambió el rumbo de su vida y sus enseñanzas fueron el motivo inspirador de su obra.

Jenofonte, menos docto pero más realista, era un militar, un hombre de acción. No fue testigo directo, pues se encontraba participando en la expedición de los diez mil, relatada por él mismo en la "Anábasis". En su "Apología de Sócrates", la diferencia con  Platón estriba en considerar, como factor determinante para la aceptación de la muerte, el que Sócrates tuviera setenta años. Por esta razón no le importa morir puesto que ya poco podía esperar de la vida. La indignidad de una posible huída no compensa una muerte que le libera de los previsibles achaques de la vejez. Hay unanimidad al pensar que donde Platón y Jenofonte coinciden se encuentra el Sócrates verdadero.

Es un hecho constado que, en el juicio, Sócrates rehusa defenderse de una forma efectiva. Así, no acepta la ayuda de Lisias y se defiende a sí mismo sin una clara voluntad de convencer al Jurado, en un tono que Jenofonte denomina "megalegoría", es decir, grandilocuente, no ajustado a las circunstancias pero conscientemente. Es posible que tal vez Sócrates, ante la falsedad de las acusaciones, considerara que el defenderse de las mismas fuera una forma de aceptar su veracidad.

El jurado, en una primera votación, le declara culpable por una escaso margen de votos. Como las leyes no preveían pena concreta para los delitos imputados, se le ofrece la posibilidad de proponer una pena. Podía, en consecuencia, haber elegido el destierro o una multa, pero vuelve a irritar al jurado no acatando el veredicto y solicitando que se le pague una pensión a expensas públicas por los servicios prestados a la comunidad. Es entonces cuando el tribunal, al considerarse ofendido, vota mayoritariamente la condena a muerte.

Sócrates es llevado a prisión, transcurriendo treinta días entre el juicio y su muerte. Durante este tiempo también se niega a aceptar los planes de huida que le proponen sus seguidores. Cita Jenofonte que, ante las lágrimas de sus amigos, les respondió:

"¿Qué es eso? ¿Es ahora cuando os ponéis a llorar? ¿Acaso no sabéis que desde que nací estaba condenado a muerte por la naturaleza?" (…) Se encontraba presente un tal Apolodoro, amigo apasionado de Sócrates, pero por lo demás persona simple, que dijo: "Pero es que yo, Sócrates, lo que peor llevo es ver que mueres injustamente". Y entonces Sócrates, según se cuenta, le respondió acariciándole la cabeza: "¿Preferirías entonces, queridísimo Apolodoro, verme morir con justicia que injustamente?" y al mismo tiempo le sonrió.

Sócrates ingiere la cicuta dando muestras de una serenidad absoluta ante la consternación y dolor de los amigos que le acompañaban. Respeta las leyes en todo momento sin considerar la posibilidad de una fuga que las contravenga. En el hermoso dialógo del "Fedón", Platón describe así palabras de su despedida: "O con la vida termina todo, y entonces la paz del sueño se trueca en paz eterna, o la vida prosigue en otro lugar, y entonces allí proseguiré mis preguntas y mis averiguaciones". Sócrates acepta la muerte, nunca se lamenta, sella con su vida la firme creencia en las ideas que había enseñado.

ARGUMENTOS DE SÓCRATES

(Extraído de Apología de Sócrates, escrito por Platón)

El Interrogatorio a Meletos

Ahora, pues, toca defenderme de Meletos, el honrado y entusiasta patriota Meletos, según el mismo se confiesa, y con él, del resto de mis recientes acusadores.

La acusación de corrupción

Veamos cuál es la acusación jurada de éstos - y ya es la segunda vez que nos la encontramos- y démosle un texto, como a la primera. El acta diría así: "Sócrates es culpable de corromper a la juventud, de no reconocer a los dioses de la ciudad y, por el contrario, sostiene extrañas creencias y nuevas divinidades".

La acusación es ésta. Pasemos, pues, a examinar cada uno de los cargos.

Se me acusa, primeramente, de que corrompo la juventud.

Yo afirmo, por el contrario, que el que delinque es el propio Meletos, al actuar tan a la ligera en asuntos tan graves como es convertir en reos a ciudadanos honrados; abriendo un proceso so capa de hombre de pro y simulando estar preocupado por problemas que jamás le han preocupado. Y que esto sea así, voy a intentar hacéroslo ver.

¿Quién hace mejores a los hombres?

Acércate, Meletos, y respóndeme: ¿No es verdad que es de suma importancia para ti el que los jóvenes lleguen a ser lo mejor posible?

-Ciertamente.

-Ea, pues, y de una vez: explica a los jueces, aquí presentes, quién es el que los hace mejores. Porque es evidente que tú lo sabes, ya que dices tratarse de un asunto que te preocupa. Y, además, presumes de haber descubierto al hombre que los ha corrompido, que, según dices, soy yo, haciéndome comparecer ante un tribunal para acusarme. Vamos, pues, diles de una vez quién es el que los hace mejores. Veo, Meletos, que sigues callado y no sabes qué decir. ¿No es esto vergonzoso y una prueba suficiente de que a ti jamás te han inquietado estos problemas? Pero vamos, hombre, dinos de una vez quién los hace mejores o peores.

-Las leyes.

-Pero, si no es eso lo que te pregunto, amigo mío, sino cuál es el hombre, sea quien sea, pues se da por supuesto que las leyes ya se conocen.

-Ah sí, Sócrates, ya lo tengo. Ésos son los jueces.

-¿He oído bien, Meletos? ¿Qué quieres decir? ¿Que estos hombres son capaces de educar a los jóvenes y hacerlos mejores?

-Ni más ni menos.

-¿Y cómo? ¿Todos? ¿O unos sí y otros no?

-Todos, sin excepción.

-¡Por Hera!, que te expresas de maravilla. ¡Qué grande es el número de los benefactores, que según tú sirven para este menester...! Y el público aquí asistente, ¿también hace mejores o peores a nuestros jóvenes?

-También.

-¿Y los miembros del Consejo?

-Ésos también.

-Veamos, aclárame una cosa: ¿serán entonces, Meletos, los que se reúnen en asamblea, los asambleístas, los que corrompen a los jóvenes? ¿O también ellos, en su totalidad, los hacen mejores?

-Es evidente que sí.

-Parece, pues, evidente que todos los atenienses contribuyen a hacer mejores a nuestros jóvenes. Bueno; todos, menos uno, que soy yo, el único que corrompe a nuestra juventud. ¿Es eso lo que quieres decir?

-Sin lugar a dudas.

-Grave es mi desdicha, si ésa es la verdad. ¿Crees que sería lo mismo si se tratara de domar caballos y que todo el mundo, menos uno, fuera capaz de domesticarlos y que uno sólo fuera capaz de echarlos a perder? O, más bien, ¿no es todo lo contrario? ¿Que uno sólo es capaz de mejorarlos, o muy pocos, y que la mayoría, en cuanto los montan, pronto los envician? ¿No funciona así, Meletos, en los caballos y en el resto de los animales? Sin ninguna duda, estéis o no estéis de acuerdo, Anitos y tú. ¡Qué buena suerte la de los jóvenes si sólo uno pudiera corromperlos y el resto ayudarles a ser mejores! Pero la realidad es muy otra. Y se ve demasiado que jamás te han preocupado tales cuestiones y que son otras las que han motivado que me hicieras comparecer ante este Tribunal. Pero, ¡por Zeus!, dinos todavía: ¿qué vale más, vivir entre ciudadanos honrados o entre malvados? Ea, hombre, responde, que tampoco te pregunto nada del otro mundo. ¿Verdad que los malvados son una amenaza y que pueden acarrear algún mal, hoy o mañana, a los que conviven con ellos?

-Sin lugar a duda.

-¿Existe algún hombre que prefiera ser perjudicado por sus vecinos, o todos prefieren ser favorecidos? Sigue respondiendo, honrado Meletos, porque, además, la ley te exige que contestes: ¿hay alguien que prefiera ser dañado?

-No, desde luego.

-Veamos pues: me has traído hasta aquí con la acusación de que corrompo a los jóvenes y de que los hago peores. Y esto, ¿ lo hago voluntaria o involuntariamente?

-Muy a sabiendas de lo que haces, sin lugar a duda.

-Y tú, Meletos, que aún eres tan joven, ¿me superas en experiencia y sabiduría hasta el punto de haberte dado cuenta de que los malvados producen siempre algún perjuicio a las personas que tratan, y los buenos, algún bien? ¿Y me consideras en tal grado de ignorancia, que no sepa si convierto en malvado a alguien de los que trato diariamente, corriendo el riesgo de recibir a la par algún mal de su parte, y que incluso haga este daño tan grande de forma intencionada?

Esto, Meletos, a mí no me lo haces creer y no creo que encuentres quien se lo trague: yo no soy el que corrompe a los jóvenes y, en caso de serlo, sería involuntariamente y, por tanto, en ambos casos, te equivocas o mientes.

Y si se probara que yo los corrompo, desde luego tendría que concederse que lo hago de manera involuntaria. Y en este caso, la ley ordena advertir al presunto autor en privado, instruirle y amonestarle, y no, de buenas a primeras, llevarle directamente al Tribunal. Pues es evidente, que una vez advertido y entrado en razón, dejaría de hacer aquello que inconscientemente dicen que estaba haciendo... Pero tú has rehuido siempre el encontrarte conmigo, aunque fuera sólo para conversar o para corregirme, y has optado por traerme directamente aquí, que es donde debe traerse a quienes merecen un castigo y no a los que te agradecerían una corrección. Es evidente, Meletos, que no te han importado ni mucho ni poco estos problemas que dices te preocupan.

¿Existen los dioses?

Aclaremos algo más: explícanos cómo corrompo a los jóvenes. ¿No es -si seguimos el acta de la denuncia- enseñando a no honrar a los dioses que la ciudad venera y sustituyéndolos por otras divinidades nuevas? ¿Será, por esto, por lo que los corrompo?

-Precisamente eso es lo que afirmo.

-Entonces, y por esos mismos dioses de los que estamos hablando, explícate con claridad ante esos jueces y ante mí, pues hay algo que no acabo de comprender. O yo enseño a creer que existen algunos dioses y, en este caso, en modo alguno soy ateo ni delinco, o bien dices que no creo en los dioses del Estado, sino en otros diferentes, y por eso me acusas o, más bien, sostienes que no creo en ningún dios y que, además, estas ideas las inculco a los demás.

-Eso mismo digo: que tú no aceptas ninguna clase de dioses.

-Ah, sorprendente Meletos, ¿para qué dices semejantes extravagancias? ¿O es que no considero dioses al Sol y la Luna, como creen el resto de los hombres?

-¡Por Zeus! Sabed, oh jueces, lo que dice: el Sol es una piedra y la Luna es tierra.

-¿Te crees que estás acusando a Anaxágoras, mi buen Meletos? ¿O desprecias a los presentes hasta el punto de considerarlos tan poco eruditos que ignoren los libros de Anaxágoras el Clazomenio, llenos de tales teorías? Y, más aún, ¿los jóvenes van a perder el tiempo escuchando de mi boca lo que pueden aprender por menos de un dracma, comprándose estas obras en cualquiera de las tiendas que hay junto a la orquesta y poder reírse después de Sócrates si éste pretendiera presentar como propias estas afirmaciones, sobre todo y, además, siendo tan desatinadas? Pero, ¡por Júpiter!, ¿tal impresión te he causado que crees que yo no admito los dioses, absolutamente ningún dios?

-Sí, ¡Y también, por Zeus!: tú no crees en dios alguno.

-Increíble cosa la que dices, Meletos. Tan increíble que ni tu mismo acabas de creértela. Me estoy convenciendo, atenienses, de que este hombre es un insolente y un temerario y que en un arrebato de intemperancia, propio de su juvenil irreflexión, ha presentado esta acusación. Se diría que nos está formulando un enigma para probarnos: "A ver si este Sócrates, tan listo y sabio, se da cuenta de que le estoy tendiendo una trampa, y no sólo a él, sino también a todos los aquí presentes, pues en su declaración, yo veo claramente que llega a contradecirse".

Es como si dijera: "Sócrates es culpable de no creer en los dioses, pero cree que los hay". Decidme, pues, si esto no parece una broma y de muy poca gracia. Examinad conmigo, atenienses, el porqué me parece que dice esto. Tú, Meletos, responde, y a vosotros -como ya os llevo advirtiendo desde el principio- os ruego que prestéis atención, evitando cuchicheos porque siga usando el tipo de discurso que es habitual en mí.

¿Hay algún hombre en el mundo, oh Meletos, que crea que existen cosas humanas, pero que no crea en la existencia de hombres concretos? Que conteste de una vez y que deje de escabullirse refunfuñando. ¿Hay alguien que no crea en los caballos, pero sí que admita, por el contrario, la existencia de cualidades equinas? ¿O quien no crea en los flautistas, pero sí que haya un arte de tocar la flauta? No hay nadie, amigo mío.

Y puesto que no quieres, o no sabes contestar, yo responderé por ti y para el resto de la Asamblea: ¿Admites o no, y contigo el resto, que puedan existir divinidades sin existir al mismo tiempo dioses y genios concretos?

-Imposible.

-¡Qué gran favor me has hecho con tu respuesta, aunque haya sido arrancada a regañadientes! Con ella afirmas que yo creo en cualidades divinas, nuevas o viejas, y que enseño a creer en ellas, según tu declaración, sostenida con juramento. Luego, tendrás que aceptar que también creo en las divinidades concretas, ¿no es así? Puesto que callas, debo pensar que asientes.

Y ahora prosigamos el razonamiento. ¿No es verdad que tenemos la creencia de que los genios son dioses o hijos de los dioses? ¿Estás de acuerdo, sí o no?

-Lo estoy.

-En consecuencia, si yo creo en las divinidades, como tú reconoces, y las divinidades son dioses, entonces queda bien claro que tú pretendes presentar un enigma y te burlas de nosotros, pues afirmas, por una parte, que yo no creo en los dioses y, por otra, que yo creo en los dioses, puesto que creo en las divinidades. Y si éstas son hijas de los dioses, aunque fueran sus hijas bastardas, habidas de amancebamiento con ninfas o con cualquier otro ser -como se acostumbra a decir-, ¿quién, de entre los sensatos, admitiría que existen hijos de dioses, pero que no existen los dioses? Sería tan disparatado como admitir que pueda haber hijos de caballos y de asnos, o sea, mulos, pero que negara, al mismo tiempo, que existen caballos y asnos.

Lo que pasa, Meletos, es que, o bien pretendías quedarte con nosotros, probándonos con tu enigma, o que, de hecho, no habías encontrado nada realmente serio de qué acusarme. Y dudo que encuentres algún tonto por ahí, con tan poco juicio, que piense que una persona pueda creer en demonios y dioses y, al mismo tiempo, no creer en demonios o dioses o genios. Es absolutamente imposible.

Así, pues, creo haber dejado bien claro que no soy culpable, si nos atenemos a la acusación de Meletos. Con lo dicho, basta y sobra.

Legado Político:

Reprocha Socrates que la democracia ateniense y el movimiento de sofista que crece en su entorno; no es la mayoría o la de un discurso convincente lo que decide lo que es bueno o malo, o lo que justo; sino el bien y el mal tienen la realidad por sí mismo, no esta´n sujeo a nuestra voluntad, no son relativo a ella, aunque sea adsequible a cualquiera, siempre que use adecuadamente la razón.

Socrates fue obediente a la Leyes de Atenas, por lo general evitó la política hasta que esta se convirtió en caos. Creía que hacía lo mejor dedicándose a la enseñanza de la filosofía hasta que se dio cuenta de la anarquía del régimen, y empezó a atacar su corrupción, siendo juzgado y sentenciado, sus últimas palabras fueron que los aenienses se hicieran un examen de conciencia.

El ignorante no se da cuenta de ello: si lo supiese, cultivaría la honestidad y no el engaño. En consecuencia, el hombre sabio es necesariamente virtuoso (pues conocer el bien y practicarlo es, para Sócrates, una misma cosa), y el hombre ignorante es necesariamente vicioso. De esta concepción es preciso destacar que la virtud no es algo innato que surge espontáneamente en ciertos hombres, mientras que otros carecen de ella. Todo lo contrario: puesto que la sabiduría contiene las demás virtudes, la virtud puede aprenderse; mediante el entendimiento podemos alcanzar la sabiduría, y con ella la virtud.


Sin embargo, en los Diálogos de Platón resulta difícil distinguir cuál es la parte de lo expuesto que corresponde al Sócrates histórico y cuál pertenece ya a la filosofía de su discípulo. Sócrates no dejó doctrina escrita, ni tampoco se ausentó de Atenas (salvo para servir como soldado), contra la costumbre de no pocos filósofos de la época, y en especial de los sofistas. Si, como parece, las ideas éticas antes expuestas son del propio Sócrates, su filosofía se sitúa en la antípodas del escepticismo y del relativismo moral de los sofistas, pese a lo cual, y a causa de su pericia dialéctica, fue considerado en su tiempo como uno de ellos, tal y como refleja la citada comedia de Aristofánes.

Con su conducta, Sócrates se granjeó enemigos que, en el contexto de inestabilidad en que se hallaba Atenas tras las guerras del Peloponeso, acabaron por considerar que su amistad era peligrosa para aristócratas como sus discípulos Alcibíades o Critias; oficialmente acusado de impiedad y de corromper a la juventud, fue condenado a beber cicuta después de que, en su defensa, hubiera demostrado la inconsistencia de los cargos que se le imputaban.

Según relata Platón en la Apología que dejó de su maestro, Sócrates pudo haber eludido la condena, gracias a los amigos que aún conservaba, pero prefirió acatarla y morir, pues como ciudadano se sentía obligado a cumplir la ley de la ciudad, aunque en algún caso, como el suyo, fuera injusta; peor habría sido la ausencia de ley.

En el año 399 Sócrates, que se había negado a colaborar con el régimen de los Treinta Tiranos, se vio envuelto en un juicio en plena reinstauración de la democracia bajo la doble acusación de "no honrar a los dioses que honra la ciudad" y "corromper a la juventud". Al parecer dicha acusación, formulada por Melitos, fue instigada por Anitos, uno de los dirigentes de la democracia restaurada. Condenado a muerte por una mayoría de 60 o 65 votos, se negó a marcharse voluntariamente al destierro o a aceptar la evasión que le preparaban sus amigos, afirmando que tal proceder sería contrario a las leyes de la ciudad, y a sus principios. El día fijado bebió la cicuta.

Sócrates ejercerá una influencia directa en el pensamiento de Platón, pero también en otros filósofos que, en mayor o menor medida, habían sido discípulos suyos, y que continuarán su pensamiento en direcciones distintas, y aún contrapuestas. Algunos de ellos fundaron escuelas filosóficas conocidas como las "escuelas socráticas menores", como Euclides de Megara (fundador de la escuela de Megara), Fedón de Elis (escuela de Elis), el ateniense Antístenes (escuela cínica, a la que perteneció el conocido Diógenes de Sinope) y Aristipo de Cirene (escuela cirenaica).

Plantea el dominio de sí como base de la moral, para conformar hombres de bien.
Lo que a Sócrates le interesa como maestro son los problemas éticos; las cuestiones físicas no son objeto de su investigación. Trata de establecer, en los asuntos morales, la esencia universal y permanente, pensando que no es posible poseer ciencia de lo mudable, sino sólo opinión engañosa. Por eso, con la inducción trata de obtener de los ejemplos particulares el concepto universal, en el cual se hallen comprendidos todos los casos particulares. Este concepto universal se expresa por medio de la definición. Sólo elevándonos desde lo particular (objeto de la sensibilidad) al concepto universal (objeto de la razón) es posible el verdadero diálogo, la verdadera ciencia.
Creó la mayeutica, consistente en llegar a la verdad partiendo del conocimiento que ya se posee de alli su frase Yo solo sé que no se nada, también la frase Conócete a ti mismo como fundamento de su ética y en cuanto a la parte metafísica creo la Psyque o el Alma como le conocemos en la actualidad, la cual es el verdadero yo, que trasciende al cuerpo Soma. Este concepto el la base del cristianismo de occidente, no así del judaísmo para lo cual el alma era el aire que respiramos, es decir que solo hay cuerpo y cuando se deja de respirar se muere. Para Socrates la Psyque o Alma no muere, al menos así lo interpretó Platón y los cristianos tanto católicos como protestantes o evangélicos en todas sus denominaciones de la actualidad.
En cuanto a la política, no la estudió, solo criticó a la democrasia y de hecho fue condenado a muerte en una votación dividida dentro de un gobierno democrático.
Ahora bien, porque Socrates criticaba el sistema democrático, obviamente es un sistema en el que hay muchos ignorantes que tienen derecho a votar, lo cual obviamente produce errores. Los políticos son seres que poseen la habilidad innata de convencer a las masas a veces con argumentos falsos, con promesas muchas veces imposibles de cumplir, evidenciando aparentes debilidades en la vida personal de sus contrincantes, como por ejemplo el hecho de que una persona sea divorciada, no implica que no sea buena para administrar los recursos y menos aun que no sea honrada. Para Socrates los militares no debían ni votar ni optar a cargos públicos aun cuando estuvieran de baja. En la actualidad esta idea se adopta en el sistema democrático pero los militares de baja si pueden votar y optar a cargos publicos. Para Socrates los cargos publicos debían ser ocupados por personas cultas, así mismo para votar se requería de una determinada preparación académica, lo mismo que para hacer las leyes.
El pensamiento Socrático se plasma de manera formal en la República de Platón, recalco que Socrates solamente dió sus opiniones respecto del sistema democrático, lo que le costó la vida. Platón fue quien realmente desarrolló la ciencia política entre sus estudios filosóficos.

Existen distintas fuentes que describen el pensamiento de Sócrates, ya que él no dejó nada escrito, pero resulta difícil precisarlo con verdadera exactitud porque difieren entre si.
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Para Jenofonte a Sócrates le interesaba principalmente la moral de los hombres y la formación de buenos ciudadanos, y no se preocupaba demasiado de la lógica ni de la metafísica.

Sin embargo, a partir de los diálogos de Platón, Sócrates aparece como un metafísico de primer nivel que sentó las bases de una filosofía trascendente, que se distingue por ser una teoría sobre un mundo metafísico de las Formas.

Pero no se puede olvidar que Platón, según el testimonio de Aristóteles, exceptuando en sus primeras obras, mezcló sus propias teorías con las ideas de Sócrates.

Karlo Joel, basándose en Aristóteles, sostiene que Sócrates fue un intelectualista o racionalista en tanto que Jenofonte pensaba que era un ético de la voluntad de estilo espartano desfigurando así su doctrina.

Según Burnet y Taylor, en Inglaterra, el Sócrates histórico es el que describe Platón, que sin duda superó a su maestro gracias a sus enseñanzas.

Es evidente que en sus últimos escritos Platón prescinde totalmente de Sócrates, lo que hace suponer que cuando aparece en los diálogos como interlocutor principal Platón se está refiriéndose efectivamente a las ideas de Sócrates.

Ninguno puede afirmar que los Diálogos de Platón no contienen ningún aporte del Sócrates histórico, debiendo reconocer que la doctrina platónica representa una continuación de las enseñanzas de su maestro.

Por lo tanto, se puede aceptar que si bien Jenofonte no describe un retrato completo de Sócrates, tampoco se puede considerar autor absoluto de los diálogos de Platón.

Aristóteles estuvo veinte años en la Academia de Platón, de modo que su opinión es más que autorizada como para descartarla como hipótesis.

Él consideraba que a Sócrates se le pueden atribuir dos adelantos científicos, el empleo de los razonamientos inductivos y de la definición universal. De modo que Sócrates se ocupó de la posibilidad de alcanzar los conceptos precisos y fijos a diferencia de los sofistas que tenían teorías relativistas.

Para Sócrates, el concepto universal siempre es el mismo, lo que varía son los ejemplos concretos.

Por ejemplo todo hombre es un animal racional, y esta definición permanece inalterable aunque su conducta sea diferente a la de otros hombres. De modo que existe lo que no cambia, o sea el concepto universal o la definición de los objetos, en un mundo en permanente cambio, de objetos imperfectos y cambiantes que es el de nuestra vida cotidiana.

Sócrates consideraba de importancia a las definiciones universales porque se interesaba principalmente en la conducta ética, porque éstas representaban la base sólida para que los hombres pudieran salir del relativismo de las doctrinas sofistas.

Para los sofistas, la justicia, por ejemplo, es diferente de una ciudad a otra, en cambio si se logra una definición universal de lo que significa la justicia para que sea válida para todos lo hombres, se podrá tener algo seguro sobre lo cual construir y se podrán juzgar las acciones individuales con códigos comunes a todos los estados.

Según Aristóteles, Sócrates utilizaba el razonamiento inductivo, pero no desde el punto de vista de un lógico sino en el plano de la dialéctica o conversación, guiando a su interlocutor a arriesgar definiciones hasta llegar a la más precisa, o sea a una definición universal y válida, procediendo de lo particular o menos perfecto a lo universal o más perfecto.

Sócrates llamó a este método “mayéutica” (obstetricia) haciendo referencia a su madre que era partera, como un símbolo de su intención de que los demás diesen a luz ideas verdaderas.

Así Sócrates se ocupó principalmente por la ética y por las virtudes del carácter; y en virtud de este interés fue el primero que se ocupó del problema de las definiciones universales.

Bibliografía:



http://es.wikipedia.org/wiki/Apologia _de_ Socrates. “Apología de Socrates”

http://www.proverbia.net/citasautor.asp?autor=933. “Socrates. 470 AC-399 AC. Filósofo griego”.




https://espanol.answers.yahoo.com/question/index?qid=20111011105025AA4Fdlc. “¿En qué consiste la etica y la politica de Socrates? “




http://www.academiasocrates.com/socrates/biografia.php. "Apuntes de Filosofía de Socraes y su Mundo".

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